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Llevaba casi dos semanas viviendo en la casa de Cristian.

Se le hacía complicado pasar la noche, sobre todo porque nunca se encontraba cómodo y su cabeza solo podía retroceder al pasado y recordar todo lo malo.

Y llegaron las noches en las que con algo de vergüenza le pedía al cordobés que durmiera con él. Se convirtió en algo que hacían todas las noches, y a ninguno de los dos le terminó molestando.

Pero al mayor se le hacía más complicado dormir cuando el más corto tenía ataques de pánico por la noche. Era como que seguía durmiendo, pero le agarraban estos espasmos y convulsiones que él se veía obligado a parar.

Lo abrazaba más fuerte y lo empujaba contra su pecho para que pudiera copiar el latido de su corazón, y así se terminaba la noche. Puede que le haya costado sus horas de sueño, pero hacía lo posible para ayudarlo.

Al final, le había prometido ayudarle y eso hizo.

Era un buen chico cuando se trataba de ayudar en la casa, y su madre estaba muy contenta con Lisandro. Le ayudaba a preparar las comidas y a veces hasta lavaba la ropa, era como que él necesitara distraerse de todo lo demás.

El cordobés había empezado a creer que su madre quería más a Lisandro que a él, era rarísimo. Pero no se podía quejar, le gustaba que se llevaran así de bien.

Cuando llegó el fin de semana, Cristian se vió obligado a tratar algo con los ataques de pánico. El de esa noche en especial había durado más de lo esperado. Sentía que tenía que hacer algo para estar sano por las noches o de otra forma, podría perder la cabeza.

Se despertó temprano y salió hacía la farmacia que se encontraba no tan lejos de su casa.

Había aprovechado que al teñido le gustaba dormir hasta tarde para hacer aquello, y también para sorprenderlo.

Lisandro se levantó horas después, cuando el mayor había vuelto a la casa y estaba sentado en el borde de la cama, casi esperando a que se despertara.

Parpadeó varias veces, acostumbrándose a la luz de la habitación y giró sobre sí; encontrándose con el mayor mirándole atentamente, y pasando su firme mano por el pelo rubio.

Le saludó con la mano, estirándose y acomodándose contra la cabecera de la cama. Cristian tenía una bolsa en su mano, la cual observó con interés.

—¿Y eso?

—Buen día a vos también. —Habló, burlándose.

El cordobés se sentó al lado de él en la cama, aún con la bolsa en su mano. El menor lo miró con los ojos cansados, sonriendo, pero corrió la cara cuando Cristian se acercó a darle un pico.

—No.

El otro lo miró algo indignado y rodó los ojos, dejó la bolsa a un costado de la cama y sacó algo de su bolsillo. Era un frasquito, que se lo entregó a Lisandro con cuidado. 

Lo agarró y lo examinó. Seguidamente lo batió intentando escuchar el ruido del contenido, como confites chocando entre sí.

—Te las traje para que tomes una cada noche. —Dijo el cordobés, ganándose la atención por unos momentos; hasta que Lisandro abrió la tapa, encontrándose con pastillas blancas.

Cápsulas.

Cuando agarró una con sus dedos, solo pudo verla con repulsión. La tiró de vuelta al tarrito sin interés.

—¿Me estás drogando? —preguntó, girando su cara para ver a Cristian y alejándose un poco.

El morocho lo miró casi ofendido, pensó que lo que intentaba hacer era correcto. Creyó que se estaba preocupando por él. Las había comprado para que no la pase tan mal, había visto como los últimos días estaba cansado y apenas podía levantarse para la escuela.

Tutor {1} ~ (Cuti x Licha)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora