COMO LAS LUCIÉRNAGAS | SUPERCORP

ACTO III: Escena II

Narrado por: Lena Luthor

(En una pequeña cafetería de la ciudad, la pelinegra se encuentra tomándose una humeante taza de chocolate caliente mientras lee el guion de su obra)

National City, 2020

El clima gélido que hace en la ciudad durante esta época del año es una de mis partes favoritas de vivir en National City. Algunas veces, me recuerda lo marcadas que eran las temporadas en Nueva York. Eso hace que mi corazón quiera regresar al pasado y revivir esos años.

Claro que mi cordura siempre me detiene y me dice que ese es un capítulo cerrado en mi vida. Mi presente está en National City donde están mis amigos, mi trabajo y mi felicidad. Todo por lo que he luchado está acá y dejarlo ir por un capricho sería estúpido.

Sin embargo, hay días como este, cuando el frío parece calarme los huesos que me dan ganas de tomar mi teléfono y hacer esa llamada.

Días en donde extraño tanto las tardes después de clases donde solía escaparme a escurridizas a su apartamento en el mejor barrio de Manhattan. Donde ella abría la puerta y me daba esa cálida sonrisa que era suficiente para calentarme el cuerpo al igual que una chimenea. Donde solía jalarme dentro del apartamento y cerrar la puerta para luego tomarme en sus brazos y darle un beso a mi nariz congelada por el frío.

Dios. Días como este me dan ganas de tomar mi teléfono y llamarla para acabar con mi curiosidad.

¿Está bien? ¿Es feliz? ¿Aún me piensa de vez en cuando como yo la pienso a ella? ¿Me sigue guardando rencor?

Mi vista regresa al libreto en mis manos y trato de concentrarme antes de que la tentación de buscar sus redes sociales me gane. Tengo que aprender a soltar ese pedazo de mi vida. Estoy segura de que Pamela ya lo hizo y yo también debería hacerlo. Han pasado siete años, después de todo.

Lo curioso es que... No la extraño como mi pareja. No pienso en ella porque aún la amo como sé que la amé en su momento. Porque sé que a pesar de que nunca se lo dije, ella lo sabía tanto como yo lo sentía. No pienso en ella porque quiera recuperarla.

Pienso en ella porque el remordimiento de cómo terminamos aún me hace suspirar. Nuestra historia llegó a un fin de forma muy abrupta. Ambas merecíamos más de lo que nos dimos. De lo que yo le di.

Y a veces, solo quisiera verla de nuevo y disculparme. Pedirle perdón por haber actuado como una cría. Pedirle perdón por lastimar su corazón.

Me gustaría sentarme con ella a tomarnos un café en un lugarcito cálido como este y preguntarle qué ha sido de su vida. Si por fin encontró la felicidad que tanto buscaba y la estabilidad de una relación sana. Porque sé de sobra que nosotras éramos volátiles con la otra. Nuestro amor era intenso, pero no era tan especial como para que ella me siguiera a National City o para que yo me quedará truncada en Nueva York.

La campanilla de la entrada me devuelve de golpe a la realidad. Y estoy por agradecer la distracción hasta que reconozco a una de las dos mujeres que recién entró a la cafetería.

Mier-da.

Mi vista regresa al libreto en mis manos con rapidez. Le rezo al cielo que la mujer no se dé cuenta de mi presencia porque lo último que necesito es hablarle.

Mucho menos cuando no he podido sacarla de mi cabeza desde hace cuatro días cuando la vi por última vez en aquella habitación de hotel.

Desde mi lugar puedo escuchar su preciosa voz hablarle a su acompañante y se escucha tan clara por el silencio que hay en el lugar.