Capítulo 23

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Los días en San Ricardo con Imelda habían sido muy agradables, pero tenían más gente que visitar y solo les quedaban dos días libres hasta recoger a la princesa.

Gato, con todo el secretismo posible decidió llevarlos al palacio de La Alhambra, a conocer a los diablos. Estaba ansioso de verlos y poder hablar con ellos en un lenguaje completo, ya que la última vez que los había visitado hablaban a media lengua.

-¿Ya casi llegamos?- esa había sido la pregunta de Perrito todo el viaje.

-Aun no- le contestó la felina en esa ocasión.

-¿Adonde vamos?

-¡Pero, Perro, si no sueles ser nunca tan curioso!- protestó el atigrado.

-Lo siento- respondió el can, sin sentirlo en absoluto. Luego de un rato volvió a preguntar lo mismo.

Así transcurrió el viaje, hasta que llegaron a una aldea que al parecer no tenía nombre.

-¿Entramos a comer algo?- sugirió el espadachín.

-Okey.

-Buena idea.

Entraron a la aldea cautelosamente, porque no sabían si allí sería recibidos como héroes o como forajidos.

Mientras pasaban por las calles se dieron cuenta que había algo extraño allí. No había mucha gente fuera de sus casas, y los que estaban parecían ensimismados.

-Perdone, ¿sabe donde esta la taberna?- preguntó Kitty a una anciana. Esta no dió ninguna respuesta de haberla escuchado y siguió mirando al vacío como si nada.

Lo mismo ocurrió cuando su esposo le  hizo la misma pregunta a una joven sentada en el pórtico de su casa.

Los felinos y el canino preguntaron a todos los que vieron, pero todos, niños, adultos y ancianos, estaban en el mismo estado.

-Algo raro está pasando aquí- afirmó el de las botas y los otros dos asintieron.

-¿Podemos ayudarlos?- preguntó Perrito a sus amigos.

-Primero tenemos que descubrir que es lo que les ocurre- contestó Kitty.

Siguieron caminando, y se asombraron al ver que toda la aldea parecía impecable, más limpia incluso que San Ricardo, y no había nadie que parecía en capacidad de organizar nada.

Lo único que parecía normal era la taberna, la cual la encontraron en una esquina de la plaza.

Entraron, y allí vieron a la primera persona normal del lugar. Era un hombre de unos sesenta años, canoso y con la cara arrugada.

-¡Extranjeros! ¡Nuestra salvación!

El Equipo Amistad quedó confundido.

-¿A que se refiere?- lo interrogó la ojiazul.

-¿No han escuchado nunca la historia de la aldea de Santa Isabel?

-Nunca- dijo la bicolor.

-No- replicó el naranja.

Perrito negó con la cabeza.

-Bueno, entonces se las contaré.

-Gracias, queremos saber qué pasa aquí. Pero primero, ¿Quien es usted?- demandó Gato.

-Mi nombre es Pablo, y soy el único hombre de este lugar con pensamientos y alma propios.

-Expliquenolo todo. Kitty, no te duermas.

-¡No lo haré!- protestó ella.

-Hace unos veinte años, Santa Isabel era una aldea como cualquier otra. No éramos perfectos, pero si felices. Un día, se presentó un hombrecillo de tierra extranjeras que nos presentó un contrato, el cual decía que no tendríamos que trabajar nunca más si le dábamos diez sacos de monedas de oro.

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⏰ Última actualización: Apr 01, 2023 ⏰

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