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Solía odiar la forma en que lo amaba.

Demasiado incluso para él, su corazón apenas latiendo entre fisuras y cortadas que nadie pudo sanar, esperando a su verdugo de vuelta con la esperanza de que tuviera la decencia de curarlas.

Días en que no soportaba estar en su propia piel, sintiendo un corazón roto en su pecho por tanto tiempo que tuvo que aprender a ignorarlo. Fue difícil, todavía lo era.

¿Que es lo sucedía ahora? ¿Sangraba aún más o solo estaba ardiendo mientras las heridas se cerraban?

Tal vez solo quería una disculpa. En su agonía propia deseó ver el arrepentimiento en sus ojos empañados de lágrimas, pensamientos egoístas que se culpó por tener muchas veces, se consolaba en el momento en que razonaba y se daba cuenta que jamás sentiría nada agradable al verlo llorar.

Pensó que se estaba volviendo un insensible por la edad, tenía sus razones para sentirse como si tuviera ochenta años. Ahora estaba consumido por la vida adulta, responsabilidades y ocupaciones, pagos de facturas, presupuestos, mantenerse presente en la vida de sus hermanos quienes crecían de forma rápida sin darle tiempo a procesarlo y asegurarse que su abuelo no se pase con sus rutinas en el dojo, aprendiendo a manejarlos a todos con la cabeza fria, la terquedad de la vejez e inocencia infantil le sacaba de quicio.

Cada vez que se sentaba a tomar una cerveza con Takeomi es cuando rejuvenecia, los 21 volviendo a su cuerpo, entonces se reía y sus preocupaciones se reducían, la jovialidad en su expresión siendo palpable.

En ese justo momento volvió a tener 18. Volvió a anhelar ese amor platónico, a sentir, letras, una mirada y sonrisa discreta, un toque al rozar sus dedos; enamorarse, ser correspondido. Las sensaciones a flor de piel y emociones descontroladas, sin remordimientos, simplemente viviendo.

Como una película. Esas películas románticas que vendían un amor perfecto, sin condiciones e intensos. Ni siquiera supo en qué momento fue que perdió el rumbo de que lo pensaba hacer o decir. Verlo era un tipo de perdición, sentirlo fue el caos total.

El mayor problema era que seguía enamorado, seguía enamorado de forma absurda que era imposible de explicar y entender, siempre fue consiente de ello a pesar del tiempo que pasó, los recuerdos en su memoria y cajas eran la evidencia visible de ello. Se sentía avergonzado en ocasiones, tenía la esperanza de que las cosas cambiaran solo un poco, quería convencerse de que pensaba en él porque seguía herido. ¿Que clase de idea absurda era esa?

Lo primero que percibió fue la suavidad de su cabello junto al aroma dulzón que llegaba hasta su nariz, su mano descansando sobre el desornadenado moño al momento de atraerlo hasta sus brazos, pudo sentir sus hombros temblar por el sollozo que dejó escapar, el ruido que ahogaba con sus labios con fuerza. Su cuerpo seguia siendo delgado y ligero, encajaba perfectamente con el suyo tal como lo recordaba. Wakasa intentó alejarlo, pero el esfuerzo fue tan débil que ni siquiera logró moverlo.

Shinichiro buscó las palabras correctas entre las tantas que tenía que decirle, pero ninguna fue adecuada. Después de escucharlo, fue como si la coraza que construyó se hiciera pedazos. El lugar que Wakasa mantenía en su corazón era imposible de negar y jamás podría permitirse verlo llorar de esa forma sin hacer nada.

—Está bien.—murmuró. Sus manos acariciaron la espalda del más bajo en forma de consuelo, suave y lenta aún sin poder procesar realmente estaba haciendo aquello.

Wakasa limpiaba su rostro de manera frustrada, sus dedos intentando eliminar los rastros de humedad en sus mejillas, como si quisiera enconder las pruebas de un crimen atroz. De pensarlo, solo pudo sonreír un poco, seguía siendo un tonto que odiaba llorar, le avergonzaba de sobremanera mostrar una faceta suya más humana y a Shinichiro siempre le gustó ser quien pudiera contemplar la más grande muestra de fortaleza.

Con amor, S.S  [Shinwaka]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora