CAPÍTULO DOCE

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Se despertó con una respiración profunda y satisfecha al sentir como todos los huesos de su cuerpo se acomodaban al estirarse luego de una larga noche de sueño. Al abrir los ojos no pudo evitar sonreír al sentir los dedos callosos de Aemond acariciar su pierna de arriba a abajo en un toque casi imperceptible como si no quisiera despertarlo

—Si tu objetivo era despertarme lo conseguiste —murmuró con diversión, soltando una pequeña risita ante el sonido de disgusto que Aemond hizo escucharlo hablar—. Deja de comportarte como un niño, mi Rey, tenemos obligaciones que cumplir —le dijo dándose la vuelta para enfrentarlo, dejando un beso encima de su cicatriz sin pena ni asco; subiendo por toda su mejilla marcada hasta dejar un último toque en su sien ante de apoyarse en su brazo para observarlo. Eran sus últimos momentos de paz antes de que la habitación se llenara de sirvientes que los vestirían y prepararían para su largo y primer día completo como Reyes de Poniente.

—Voy a tener que soportar a mi abuelo y sus palabras ácidas durante interminables reuniones, al menos dame un beso para poder callar sus insultos y su egocentrismo durante mi primer día de regencia —pidió en voz baja, con su ojo cerrado y su mano subiendo por la pierna del omega con lentitud.

—Mi Rey, te daría más que un beso si la servidumbre no estuviera por entrar aquí —susurró acercándose a él, tomando su cabello sedoso y platinado con suavidad y profundizando su beso por un momento en el que la intimidad era más grande que cualquier ruido de la puerta abriéndose—. Estarás bien, Aemond. Has soportado mucho los últimos años —le dijo contra sus labios antes de separarse de él—. Tu abuelo no va a poder contigo, mi amor.

Aemond sólo pudo sonreír ante sus palabras y suspirar profundamente antes de levantarse para comenzar con su rutina larga y tediosa, en la que no pudo dejar de mirar ni un segundo a Lucerys, desde su caminar hacia el baño hasta su cuerpo delgado y cremoso frente al espejo dejándose arreglar por Olein y Jeyne, sonriendo por sus palabras y sus pequeños chistes íntimos y sin sentido. Eran tan diferentes y a la vez tan iguales que eran como un complemento de sí mismos.

—Su Majestad, está listo —anunció su sirvienta, Layla, con una reverencia luego de acomodar su jubón—. ¿Algo más que pueda hacer por usted?

—No, Layla, gracias —dijo distraídamente organizando sus mangas, sin notar como sus sirvientes se congelaban ante sus palabras y la suavidad de su tono, extrañados y asustados, creyendo que en algún momento iba a recapacitar y echarlos de la habitación sin consideración como hacía desde hacía algunos años.

Pero no sucedió, sencillamente se dirigió hacia el Rey Lucerys luego de un asentimiento hacia ellos para despedirse con un beso delicado y cariñoso, provocando que todos bajarán la cabeza sonrojados ante la muestra de cariño sin preocupaciones, confiando en ellos y que guardarían su intimidad. Se habían vuelto tan lindos juntos.

—Cuídate alfa, y no dejes que te saque de tus casillas —pidió con un mano justo encima de tu corazón—. Recuerda, tu eres el Rey, él sólo es Lord Mano —le recordó con una mirada pícara dejando un beso más en la comisura de sus labios antes de darse la vuelta para enfocarse de nuevo en su reflejo casi listo—. Estaré con tu madre y Helaena antes de salir con la gente pequeña —anunció cuando Aemond estaba a punto de salir.

Sabiendo que necesitaba y quería estar informado de su ubicación ahora más que nunca. Aemond simplemente resopló con diversión, agradeciendo que su escudo juramentado fuera Ser Arryk y no Criston Cole; Ahora no lo soportaba, ni su aroma y mucho menos sus palabras, su alfa sencillamente comenzaba a rechazarlo a él y a su abuelo. Al llegar a la sala del consejo agradeció que Corlys ya estuviera allí.

Sentencia de matrimonio (Lucemond/Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora