CAPÍTULO VEINTICINCO

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Había pasado una luna desde el ataque a Rocadragón y desde su aborto y todo se sentía tan crudo como el primer día.

No había vuelto al concejo no queriendo soportar la mirada altiva de Otto por perder a su bebé o la mirada de lástima de los demás maestros por su aborto, tenía suficiente con despertar todos los días y, al tocar su vientre, sentirlo plano y vacío.

Había vuelto de nuevo al negro en un luto autoimpuesto por su hijo muerto como penitencia por haberlo matado por hacerse el héroe y el valiente; había rechazado cada palabra de aliento y condolencias, no lo merecía, no merecía la pena de su gente después de lo que había hecho, después de entregarle a su bebé al extraño en bandeja de plata.

Miró a la bahía de Aguasnegras recordando el día que su abuelo Corlys había llegado a desembarco del Rey, se había vuelto un completo loco junto con Joffrey y su abuela Rhaenys y luego de prometerle que le traería la cabeza del responsable del ataque luego de llorar junto con él, los tres se habían ido con un destacamento bien armado de tropas Targaryen y Velaryon, enviando cartas cada dos o tres días, informando que su cruzada había llegado más allá de Pentos y que ahora, el reino de su esposo se expandía más allá de lo que sus ojos podían divisar.

Sonrió con tristeza arrebujandose en su capa mientras el frío recorría su cuerpo de pie en el balcón de sus aposentos, nada podría regresar a su bebé, ni todos los sacrificios ni toda la sangre de los hombres podría devolverle aquello que había perdido.

—Te congelaras ahí de pie, hura —escuchó a Aemond susurrar a sus espaldas mientras sentía sus brazos, calientes y firmes abrazarlo por la espalda.

Casi se echó a llorar al sentirlo, agradeciendo a los dioses que, aún después de lo sucedido, Aemond quisiera estar a su lado y no lo hubiera abandonado como había escuchado por los pasillos a otros susurrar; ese era el plan de Otto, separarlos después de esa gran pérdida.

Aemond había sido su bastión en esa tormenta, firme como ningún otro en sus noches de llanto incontrolable y silencioso en sus noches de insomnio, acompañándolo a todas horas que podía, trayendo sus comidas favoritas y compartiendo con él su calor cuando el frío era demasiado que se filtraba hasta sus huesos; su esposo había demostrado su devoción por él, diciéndole que no había sido su culpa que él extraño reclamara a su bebe, que había sido muy valiente por defenderlos a todos y sobretodo que lo admiraba por lo fuerte que había sido a cada segundo que estaba con Laenor y Daenyra aunque se sintiera romperse por dentro. Volteó hacia Aemond y se enterró en su pecho, suspirando contra él sin molestarse en ocultar su tristeza.

—No siento frío —susurró cerrando sus ojos cuando sintió las lágrimas amenazar con salir de sus lagrimales de nuevo.

—Sé que no lo sientes, pero realmente está helado aquí afuera, ven conmigo, lo menos que necesitas es caer en una fiebre invernal —respondió el Rey preocupado arrastrándolos a ambos al interior de sus aposentos y cerrando la puerta detrás de él para mantener el calor.

Él sabía perfectamente que Lucerys no sentía mucho por estos días, después del aborto su omega se había estado sumiendo en un profundo estado de tristeza y desesperación, no necesitaba verlo u olerlo para saberlo, su mente y corazón se lo decían, sus almas entrelazadas por su matrimonio y apareamiento prácticamente se lo gritaban y eso solo lo frustraba más porque simplemente no sabía cómo ayudar, solo podía limitarse a sentarse y ver como su amado Lucerys se marchita a día a día por la tristeza.

No era justo para ellos, no después de todo lo que habían pasado antes pero no le diría eso, eso solo lo haría entristecerse muchísimo más. Besó sus labios fríos y lo llevó al sillón al lado de la chimenea para darle calor, quitó sus botas y su capa húmeda y lo envolvió entre mantas mientras colocaba un té de manzanilla en sus manos para que bebiera, se encargaría él personalmente de que no enfermara porque estaba seguro de que si lo hacía, se entregaría completamente a la muerte debido a su dolor, y él no podía soportar una vida en donde Lucerys Velaryon no existiera.

Sentencia de matrimonio (Lucemond/Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora