CAPITULO QUINCE

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Sus pasos eran rápidos y sin descanso.

Se puso a la par de su madre decidido a llegar con Lucerys lo antes posible ante su parto prematuro con el propósito de ayudarlo a calmarse y ser un apoyo y uniéndose a ellos Ser Harrold, Los gemelos Cargyll y Criston Cole.

No se dirigieron palabra alguna, enfocándose en el camino que estaban por recorrer y con un objetivo en mente, sólo que cuando estaban a pocos pasillos de distancia y los gritós desesperados de su omega comenzaron sus instintos se activaron y corrió desbocado hacia sus aposentos compartidos.

Sólo para ser recibido por el llamado primitivo de su esposo, lleno de sangre y lágrimas, mirando a Orwylle, el gran maestre del castillo lleno de terror, y dándole toda la razón a su miedo cuando, al enfocar su único ojo en el anciano, lo vio entre sus piernas, con una mano apoyada cerca de la base de su miembro ensangrentado y un cuchillo justo encima de su esternón donde comenzaba su vientre.

—¡Orwylle! —gruñó como una bestia descontrolada, provocando que cada ser viviente, fuera alfa, beta u omega se estremeciera asustado y bajará la cabeza en señal de sumisión.

No fue del todo consciente cuando se acercó al hombre, lo tomó por el cuello bajándolo de la cama y estampándolo contra la pared de un fuerte golpe que removió todo el muro; no se percató siquiera cuando Harrold se adentró con todos los demás, ordenó a cada hombre dentro de la habitación liberar a la servidumbre y colocar a los gemelos Cargyll y a Cole a vigilarlos ni mucho menos supo que su madre había comenzado a dar órdenes a diestra y siniestra mientras Lucerys lloriqueaba en la cama, tembloroso asustado y con cualquier posibilidad de calmarse completamente perdida. Su mente, sus instintos, sólo podían enfocarse en aquel momento en el asqueroso anciano que se había atrevido a violar su orden directa e iba a matar a su omega.

—Mi...Rey...—intentó hablar el anciano provocando que Aemond apretara mucho más su garganta hasta hacerlo boquear en busca de aire, con el objetivo de matarlo, de quebrar un cuello como un maldito mondadientes sin importarle las consecuencias después. Sólo que su objetivo fue truncado cuando el gritó de su amado omega atravesó la neblina de su mente y con eso se dio cuenta que era más importante su esposo en el lecho de parto que este anciano asqueroso.

Lo soltó sin delicadeza alguna y con una orden rugida desde su garganta le dijo a Erryk que lo vigilara y que si escapaba bajo su cuidado le arrancaría la cabeza con sus propias manos. Se dirijio al lecho de parto donde todo era un océano de color carmesí y Lucerys luchaba como podía por traer su hijo a este mundo, matándose en el proceso.

—Mi Rey no puje ¡No puje! el bebé ya coronó, ¡pero podría ser peligroso para usted si sigue haciéndolo! —Rogo Gerardys sosteniendo la cabeza de criatura justo en la entrada de lucerys, desgarrada por la fuerza del pujo.

—No...No puedo parar... mi cuerpo... mi canal de parto no responde a mi...—balbuceó el Rey Consorte completamente desplomado en la cama sin saber realmente cómo seguía despierto después de tanta sangre perdida y tanto esfuerzo, sentía tanto frío, que temblaba sin control.

Aemond simplemente le dio la vuelta a la cama y se trepó en ella hasta quedar al lado de Lucerys, donde no interfiriera con el trabajo de Lota y Gerardys pero que Lucerys lo viera y supiera que él estaba allí como se lo había prometido hacía tantas semanas.

—Mi amor... mi amor escúchame, escucha a Gerardys, necesitamos que controles amor. Necesito que me mires, que respires conmigo y sigas las indicaciones del maestre, cariño, por favor, hazlo por nuestro bebé, hazlo por mí. Yo que sé tú puedes hacerlo, puedes traer a nuestro bebé a este mundo y sobrevivir, eres fuerte mi amado Velaryon, yo lo sé y sé que tú también lo sabes —comenzó a balbucear tomando una de las manos ensangrentadas de Lucerys entre las suyas, importandole poco en realidad lo mucho que había manchado su ropa y piel de carmesí.

Sentencia de matrimonio (Lucemond/Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora