CAPITULO 1

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—Defiéndete Aegon.

Aquella voz le provocó un escalofrío, ¿no se supone que esa persona había muerto hace mucho tiempo ya? Se esforzó por abrir los ojos pero la luz brillante del sol lo cegó. Antes de que pudiera reaccionar, sintió el poco cálido golpe de la madera sobre su clavícula.

— ¡Mierda! — Oyó su propia voz, mucho más aguda de lo que recordaba.

Por fin comenzaba a ser consciente de lo que sucedía alrededor.

—¡Defiéndete. — Volvió a gritar ser Criston Cole.

Reconoció rápidamente el suelo del patio de armas, a su alrededor, viejos rostros conocidos le miraban con sonrisas bastante simplonas. No logró ver a ser Criston, pero si al niño frente a él. Su sobrino trataba de ocultar su expresión asustada después de haberle propinado tal golpe con el dorso de la espada. Parecía inseguro respecto a si debía volver a atacar, aquel hombre que recordaba como un antiguo capitán de la guardia caminaba detrás de él, incitándole a continuar.

La iluminación lo alcanzó justo en ese momento. Dejó caer la espada, encendiendo un murmullo general.

— Mi príncipe, ¿qué está haciendo? — Cole finalmente apareció en su campo de visión, lucía mucho más joven y agradable que en sus últimos años. Había en su tono cierta amenaza y por la forma en que le miraba era evidente que quería que continuara con el enfrentamiento. Aegon lo ignoró y volteó para buscar a alguien con la mirada. Sus ojos se detuvieron un momento sobre el balcón donde estaba el rey y su mano, luego continuó hasta que por fin divisó a un niño poco intimidante, de ojos ingenuos y con el cabello platinado. Muy bien, ahí era donde debía poner sus esfuerzos.

Cuando empezó a caminar hacia él sintió como una mano lo sujetaba desde el cuello de la armadura para tirarlo hacia atrás. Aegon no podía competir con la fuerza de un capa blanca pero se las arregló para sacudirse con la suficiente violencia como para que el otro lo soltara y se volteó para enfrentarlo.

— No pelearé tus batallas. —Murmuró para que sólo ellos escucharan. El moreno frunció el ceño con confusión, eso le dio el tiempo suficiente para escabullirse. Se quitó el peto y la pancera mientras daba pasos largos en dirección a su hermano, una vez lo alcanzó sujetó con firmeza su muñeca y lo arrastró al interior del castillo. Aemond intentó resistirse al comienzo pero (afortunadamente) todavía era bastante escuálido y no pudo escapar de él. El menor todavía tenía la armadura así que su camino de regreso a la torre fue bastante instrumental.

Lo soltó sólo cuando ambos estuvieron dentro de sus aposentos.

—¿Qué sucede contigo, Aegon?

Reclamó el menor, su expresión delataba que estaba molesto. No lo había visto hacer esa cara desde hace mucho tiempo. Ahora que estaban solos, Aegon por fin pudo dejar caer la máscara que se había colocado y una sonrisa estalló en su rostro mientras arrastraba al otro a un abrazo. "Estás vivo" pensó con una alegría que creía incapaz de sentir "estás bien y vivo, todos lo estamos"

La cara de Aemond vacilaba entre el rechazo y el temor, probablemente sospechando que su hermano mayor finalmente había perdido la cabeza.

Aegon quiso hablar entonces, dado que las cosas habían sucedido de aquella forma tan abrupta, lo único que se le ocurrió en aquel momento cuando estaba en el patio fue buscar un aliado confiable a quien relatarle su situación: murió y entonces los dioses le dieron una segunda oportunidad.

Aemond se convertiría en una marioneta de su madre más tarde, pero todavía era joven, todavía podía evitar que su vida se fuera al infierno.

—...

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora