CAPITULO 16

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Ya había pasado un mes desde que Ser Harrold lo dejó en el monasterio. Se levantó de la cama con algo de dificultad, las heridas en su espalda debían estar abiertas todavía. Comenzó a vestirse con mala cara, abandonado la habitación para ir a los baños a lavarse. Hacer todo esto por si mismo era bastante agotador.

Mientras caminaba en dirección al comedor, las mujeres del lugar ya venían de regreso. Resulta que desde que llegó aquí las pesadillas atacaron de nuevo, así que todas las noches antes de dormir una acólita vendría a entregarle una bebida muy dulce que lo ayudaba a dormir sin sueño. Lo malo es que también lo hacía dormir hasta el medio día y lo hacía sentir adormilado todo el tiempo.

Las largas mesas de madera estaban vacías cuando se sentó. Una anciana se acercó rápidamente a poner un plato de comida frente a él. Acostumbradas a esta rutina, ya lo estaban esperando.

— Gracias, vieja.

Murmuró con la voz ronca, su garganta todavía no se recuperaba. La mujer asintió en su dirección y volvió a lo que estaba haciendo. Aegon comenzó a comer con desanimo. Sus días en este culto sin nombre no eran malos por lo general, todas ahí eran mujeres, y todas lo trataban muy bien. Aunque no hablaban el mismo idioma, el príncipe se sintió cómodo muy rápido, por eso intentó escapar por primera vez hace dos semanas. Ahí descubrió que las cosas no eran lo que parecían, la habilidad de lucha de estas hermanas estaba muy por encima de la suya propia, lo atraparon y arrastraron de regreso tan pronto puso un pie afuera los muros.

Para su segundo intento, hace tres días, fue más cuidadoso y gracias a esto estuvo apunto de alcanzar el pueblo. Sin embargo, además de ser atrapado y llevado de regreso, ésta vez también fue castigado. Veinte latigazos sobre su espalda desnuda, además el arma parecía estar hecha de hierro con pequeñas y filosas puntas, se desmayó después de quince. Aemond no lo había enviado a un lugar sencillo, el motivo por el que todas eran tan poco cuidadosas en su cautiverio, es porque no lo consideraban una amenaza.

Con sus intentos de escape frustrados y sin nadie que entendiera la lengua común o el alto valyrio, sus días pronto se volvieron bastante aburridos. Despertar, comer, drogarse y dormir.

A veces husmeaba en las clases de las miembros más pequeñas del culto. No podía entender lo que decían pero se sentaba en el fondo del salón y miraba en silencio. Sabía que este era el culto de un dios masculino que lucía bastante afeminado, pero no entendía porqué. La maestra solía desplegar un gran dibujo de esta persona frente a ellas y pasaba horas hablando de lo que probablemente fue su vida, a Aegon le gustaba reemplazar sus palabras por otras que conocía y cada vez inventaba una nueva aventura para este dios.

Su estrategia actualmente era la de lucir lo más tranquilo posible, esperar a que bajen la guardia y correr lejos. Era consciente de que Westeros estaba pasando por un momento difícil justo ahora y si las cosas no se manejaban bien todo acabaría en desastre. Lucerys y los hijos de Aemond... eso él podía evitarlo, pero no estando encerrado así.

Sin embargo los días se volvieron semanas y las cosas no mejoraron en lo absoluto. Luego de su décimo intento, las mujeres finalmente asignaron a una persona que lo seguía a todas partes. Aegon había estado tranquilo al principio. Ahora era la definición de histeria. Portándose grosero y buscando siempre ir al enfrentamiento físico, tomó la costumbre de pararse todas las mañanas afuera del edificio principal a gritar que quería enviar una carta a Aemond. Las mujeres pensaban en él como un pájaro muy ruidoso.

Fueron aproximadamente tres meses hasta que el periodo del enojo y la negación pasó. Todos en el monasterio suspiraron aliviados entonces. Un muchacho deprimido era más fácil de manejar. Pero cantaron victoria demasiado pronto, Aegon dejó de comer y tomar agua por su cuenta, no hablaba ni siquiera para quejarse y siempre lucía como si estuviera a punto de llorar, con los ojos rojos y la mirada húmeda. Sus carceleras se preocuparon nuevamente, apágandose así temían que el bonito canario muriera de dolor. Después de medio año ya no tomaba la droga para las pesadillas, comía sólo cuando lo obligaban y no dormía si podía evitarlo. Las voces en su cabeza nunca se detenían, culpándolo por haber sido demasiado estúpido. A menudo recordaba la muerte de sus hermanos y sobrinos, recordaba la muerte de Sunfyre y la destrucción de pozo dragón. Le dieron la posibilidad de cambiar eso, pero falló. Si estaba destinado a pasar el resto de esta vida aquí, lamentándose, entonces bien podía morir.

Segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora