Narra Elián
Al parecer sí habían intentado asesinarme.
El comandante Max dijo que encontró a mis dos guardias muertos. Habían sido apuñalados, pero había veneno, por cómo olía, olía ácido, y según Max, es veneno.
No habían encontrado a nadie en el castillo sospechoso y Max se disculpó cientos de veces, diciendo que no debió de haber caído en la carta, pero eso daba igual.
¿Dónde estaba mi asesino? ¿Se había acobardado?
Sinceramente, ya no me importaba eso. Cada vez me sentía más cansado, mi cabeza me dolía constantemente, pero no era ese dolor horrible, era uno constante, no tan fuerte, pero siempre presente.
Según Misael, ya que me había preguntado si algo me pasaba, y le conté sobre mi dolor de cabeza, dijo que era por el estrés.
Llevaba días en mis aposentos, leyendo las cosas que se debían hacer por el reino. Eran demasiadas, y cuando quería hacer algo, Misael siempre me decía que lo mejor era hacer otra cosa, para así no perder demasiadas monedas. Nada de lo que decía o se me ocurría parecía ayudar, Misael siempre decía lo contrario, y como no me sentía con las ganas de pelear o refutar, hacía lo que me aconsejaba.
Cada noche me despertaba con la pesadilla de que algo horrible salía de mí y me comía.
Estaba harto. Tan harto de todo.
Ya ni siquiera quería seguir investigando lo que era yo. Mi cuerpo ya no daba para más.
Misael me instaba a que saliera a dar una plática con el pueblo real, quien aún no sabían oficialmente que yo era el Rey, aunque el funeral de mi padre fue público y supe que todo el pueblo fue, yo sólo estuve en la parte privada, así que lo más obvio es que ya había otro Rey. También decidí que la coronación fuera lo más privada posible, así que Misael seguía insistiendo.
Estaba firmando unos documentos, cuando escuché alboroto fuera de mis aposentos.
Escuchaba las voces de los (nuevos) guardias y también reconocí a la voz femenina. Esther.
— Por favor, debo decirle algo a Su Majestad. — Decía ella.
Tomé aire, tratando de calmarme y no explotar directamente con ella y le abrí la puerta.
— Su Majestad, esta joven dice que tiene algo muy importante qué comunicarle. — Me informó uno de los guardias.
— Sí, no hay problema, déjenla pasar.
Esther se vio agradecida y ambos entramos.
— ¿Qué sucede, Esther?
— No lo vas a creer, pero lo logré, encontré a mi padre.
La miré, interesado. Por fin algo interesante después de tantos días monótonos.
— ¿Dónde está?
— Es consejero del Rey Bernat.
— ¿Qué? — Ese viejo sarnoso. Diciéndome que no podía decir nada, y quién sabe cuántas cosas más. Era su maldito consejero. Estaba cercano a él.
— Sí, sí. Al parecer siempre está con el Rey, pero no salen del reino. — Esther se veía feliz, claro, era su padre.
Bueno, ya tenía la información, pero, ¿qué haría con ello? Ya sabía que el Rey Bernat no me diría nada, aunque insistiera, y ya no era sólo un príncipe para viajar a donde yo quisiera y cuando yo quisiera.
— Espera, ¿cómo lo supiste tú? — Le pregunté y su sonrisa se le borró.
— Yo, pues, me enteré. — Contestó encogiéndose de hombros. Qué mala mentirosa.
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Flesh of the dragon
RomanceÉl la odia a pesar de que ella lo ama. Ella lo ama, a pesar de que él la odia. Él la quiere sólo por su cuerpo. Ella lo quiere por todo. Él oculta un secreto que puede acabar con el imperio y el mundo. Ella ignora sus secretos y quiere que la ame. S...