NARRA 3RA PERSONA.
Sus ojos viejos y sabios vacilaron entre la muchacha y el muchacho.¿Se los podría decir?
Debía decírselos.- Esther, ven aquí, cariño. - Su voz raspada y grave la llamó y ella obedeció sin rechistar, caminó hacia él y se ubicó al lado contrario que el muchacho que observaba todos sus movimientos detenidamente. - Debo decirles algo.
- Dime, padre. - Lo animó el muchacho de hermosos ojos verdes, como los de su padre, que lo miraban en ese momento.
- Esther... Tu padre está vivo. - Soltó el rey y Esther dejó salir un jadeo, sorprendida.
Esther fue una niña bien, sus primeros cinco años de vida los vivió en paz, con sus padres y con amor. Antes, el padre trabajaba como cocinero en la taberna del reino, pero por unos problemas y otros, lo despidieron, por ello, un día, cuando en dinero ya les faltaba, decidieron ir al castillo por trabajo. Lo que fue una mala idea, y no tardarían en darse cuenta de ello.
El Rey, que en ese momento era otro, el papá del actual rey, era un señor arrogante y con avaricia, quien deseaba todo el poder en sus manos, además de no tener piedad por los débiles, y eso lo volvía violento con las personas.
Cuando los padres fueron al castillo pidiendo trabajo, el rey usó a su madre como concubina por varios años y ya jamás la pudo volver a ver.
Su padre, a quien lo habían puesto como cocinero, se enteraba noticias sobre la madre de Esther muy pocas veces y fue así, como supo que había muerto de hipotermia en un invierno atroz, pero meses después de que la madre había fallecido, así que no pudo hacer nada.
Su padre jamás se lo contó a Esther, pero ella lo supuso, cada vez que lo veía en las noches llorar y mirar al cielo diciendo el nombre de su madre.
Ella trató de no mostrar su tristeza y miedo hacia el gran castillo que ocultaba secretos y muerte, para mostrarle a su trabajador padre que con una sonrisa se podía hacer todo, ya que eso había aprendido de sus padres, de ambos.
Su padre, una persona muy alegre y positiva, luchaba por sacar adelante a su hija, enseñándole lo poco que él sabía y pidiéndole a las demás cocineras y sirvientas que también le enseñaran lo que supieran, ya que él sabía que su hija era bastante inteligente, y por lo mismo él quería que su hija estuviera preparada para todo, quería que fuera fuerte e inteligente, para poder afrontar distintas situaciones.
El Rey, un día que la vio, casi la viola, pero su padre se enfrentó a él, a lo que recibió una paliza de los guardias y un mes en el calabozo.
Pero Esther nunca se alejó de él, yendo todas las noches a la pequeña colina en la parte trasera del castillo y escuchaba por la pequeña ventana o rejas que tenía el calabozo las canciones o cuentos que su padre le contaba, así que su relación nunca dejó de estrecharse.
Esther, una niña muy buena, nunca desobedeció y se rebeló contra algún guardia o a el rey, quien no volvió a hablarle después del incidente de su padre, lo que en el fondo Esther agradecía.
Cuando, ya era mayor, que tenía como 9 años, conoció a un pequeño niño escurridizo que se escondía en un matorral lejos de su tutora privada, era un poco menor que ella.
Ella, sin conocerlo, lo ayudó a escapar, llevándolo al área de los sirvientes y ayudantes, donde ella dormía.
Ellos jugaron juntos todo el día sin siquiera saber sus respectivos nombres, solo deseando tener a alguien con quien pasar el rato.
Pero, cuando fue medianoche, el príncipe, hijo de en ese momento, rey, y en unos próximos meses, próximo rey, salió a buscar a su hijo, a quien lo encontró jugando con una hermosa niña de bonito pelo rubio y ojos grises, grandes y brillantes. Al príncipe le agradó la pequeña niña y le dijo, que al próximo día, él volvería a salir a jugar con ella. A lo que Esther agradeció con mucho entusiasmo, y así fue, se siguieron viendo.
Unas semanas después, cuando el príncipe ya había sido coronado rey, dejó que Esther viviera dentro del castillo junto a su padre, quien no tuvo manera de agradecerle tal lujo.
El Rey solo sonrió y le dijo que no habría problema alguno, que lo hacía porque eran grandes personas y una linda niña mejor amiga de su hijo.
Y desde ahí, Esther y Elián jugaron juntos dentro y fuera del castillo.
Mientras que el padre de Esther, Abel, fue ascendido al asistente del rey, siendo mejor pagado y tratado, e incluso un vínculo de amistad surgió entre el rey y Abel, llegando al punto en el que Abel se convirtió en el mayor confidente del rey.
Hasta que, un día, unos intrusos de otro reino, entraron al castillo de forma sospechosa y mataron a varias personas tratando de llegar al rey.
Sin embargo, cuando los rufianes habían llegado a la cámara del rey, solo se toparon con su furioso asistente dispuesto a morir por su amado rey.
Esther no estaba en ese momento.
No estaba en el momento en el que uno de los rufianes enterró su espada en el pecho de Abel y él murió defendiendo a su rey, que cuidó a Esther como si fuera su hija, pero a escondidas, para que no supiera el consejo, si no le daría mala reputación, aunque eso no evitaba que el rey mostrara el cariño que le tenía a la pequeña niña; le dio la misma educación que al príncipe e incluso le dio la posibilidad de irse a estudiar a otro reino, a una escuela de señoritas, pero Esther se negó, ya que ella se sentía bien en el castillo, se sentía en familia con el Rey y Elián, por lo que el Rey le propuso trabajar en el castillo, lo que Esther aceptó con gusto, ya que así sentía que podía pagarle algo al Rey por todo lo que había estado haciendo y seguía haciendo por ella.
Igual que Elián, que la cuidó y apoyó más que siempre, estando con ella todas las veces que lloró y deseó haber muerto ella, siempre estuvo a su lado.
Estuvieron juntos hasta que él cumplió 15 años y lo mandaron a otro reino, para que supiera más sobre historia y matemáticas, lo que en ese momento era algo parecido, tipo cálculo, que siguiera estudiando para así completar con su preparación para convertirse en rey.
Esther no lo vio por tres años, hasta que regresó, cambiado.
Todo en sí.
Su aspecto, más varonil y atractivo que antes. Y su intelecto, mejor que antes, se había convertido en uno de los más intelectuales en el reino, eso era bien sabido por todos.
Pero lo que más cambió, fue su actitud.
Cuando llegó en su carruaje real, ella fue la primera en recibirlo, sin embargo, él bajó y pasó de ella, sin siquiera observarla.
Eso a ella le dolió, pero no se dio por vencida y por dos años trató de hablarle, pero nada funcionó. Nunca.
Pasó de ignorarla a insultarla cada vez que la veía. Enfadarse al ver que ella iba hacia él. No podía verla sin volverse antipático hacia ella.
Cada vez, sus expectativas iban bajando más, pero la esperanza de que alguna vez le hiciera caso no se habían perdido. Ya que ella recordaba claramente la amabilidad y paciencia con la que Elián la trataba, cómo la ayudaba, cómo se conectaban y compaginaban con facilidad. Esos recuerdos que la llenaban de alegría no se iban y siempre la hacían sonreír, así que sabía que en tan pocos años él no habría cambiado por completo. Ella sabía, que, en el fondo, él seguía siendo el mismo.
Más, que ella tenía en mente su última plática antes de irse, algo que sólo compartían Elián y Esther, y sabía lo que él pensaba en realidad.
Siguió siendo optimista, como su padre.
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Flesh of the dragon
RomanceÉl la odia a pesar de que ella lo ama. Ella lo ama, a pesar de que él la odia. Él la quiere sólo por su cuerpo. Ella lo quiere por todo. Él oculta un secreto que puede acabar con el imperio y el mundo. Ella ignora sus secretos y quiere que la ame. S...