CAPÍTULO 5

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Narra 3ra persona.

Ambos entraron en la habitación, ambos con aspectos contrariados.

El Rey los observó de detenimiento y sintió tristeza al ver cómo se veían más alejados que antes. Ni siquiera parecía que habían sido los mejores amigos unos años atrás. 

— Bien, Esther. Te diré todo. — El Rey dio un suspiro, sabiendo que lo que iba a decir podría cambiarlo todo. Incluso el mundo. — Tu padre... Él... Investigaba cosas. Cosas importantes. Importantes para el reino vecino. El Reino Clafínades. Ese reino oculta cosas que él descubrió por saber más de mi padre, que, en su momento, cuando ustedes llegaron al Castillo, él era el Rey y dejó morir a tu madre de hipotermia. — La mandíbula de Esther se tensó al recordar ese otro horrible acontecimiento. — Tu padre quería venganza a pesar de mi padre estar muerto, sin embargo, dijo que se vengaría de los padres de tu madre.

— ¿Qué? — Lo interrumpió Esther, olvidando las reglas imponentes ante un rey. — ¿Por qué a mis abuelos? ¿Ellos qué acto cometieron como para que mi padre quisiera venganza?

Además, el padre de Esther no era vengativo, se repetía Esther para sus adentros, recordando la enseñanza de que una venganza destruye más a la persona que lo intenta, que de los que se quiere vengar, dicho por su propio padre. 

— Eso no lo sé, querida. Lo que sí sé, es que tus abuelos tenían algo que ver con mi padre, de alguna manera, que no comprendo aún y no alcanzaré a comprender jamás. Tu padre sabía que ellos estaban conectados y tenían algo que ver con la muerte de tu madre. También... Sobre un experimento. Algo... Especial. Algo que le inyectaron a tu madre, mi esposa, Elián. — Los ojos del muchacho se abrieron de la sorpresa y la confusión, además de un toque te temor y añoranza por su madre, muerta al él nacer. — Sí, Elián, tu madre. Sé que parece que no tiene nada que ver, pero todo tiene que ver, según lo que he investigado. Tú... Es algo complicado, así que nada más lo diré. Puede que seas... Inhumano.

— ¿Inhumano? — Preguntó Elián, completamente perdido.

— Sí. Puede que no lo comprendas, pero después lo sabrás. Eres diferente a los demás. No eres un humano común. Todavía no sé lo que hay diferente en ti.

El rostro de Elián estaba lleno de confusión y dudas, y quiso preguntar, pero escuchó algo en la puerta.

— ¿Disculpe? ¿Su Majestad? — Alba tocó a la puerta y la abrió un poco, solo para dejar ver su cara. — Vino a verlo su hija, Nidia.

El rey miró a ambos, a Esther y a Elián con precaución antes de decirle a Alba que pasara a su hija.

Con grandes zancadas y meneo, entró su hija mayor. De ojos, cafés, como los de su madre, nariz ancha y labios prominentes, se podría decir que es atractiva, pero cuando se lograba conocerla, era una persona horrible.

— Oh, hola, padre. — Dijo Nidia con una voz falsa de cariño. — ¿Cómo estás?

— Muy bien, hija. ¿Y tú?

— Perfecta, como siempre. — Contestó con petulancia.

— Oh, ya veo.

— ¿Qué haces con una plebeya aquí? ¿Es una sirvienta?— Reclamó Nidia con enfado al ver a Esther. — Los de clase baja no pueden estar en tu cuarto, papá. Solo si quieres que hagan algo por ti.

— Nidia, tu tono de voz. — La regañó el rey. — Además, yo decido lo que pase dentro de mi cuarto.

— Bueno, si es lo que quieres. ¿Qué quieres, hermano?

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