Narra Elián
Odiaba a Esther. Odiaba que sus palabras fueran las únicas que me pudieran hacer sentir mal. Que me hicieran dudar de mí mismo.
Quería enfadarme, gritarle que ella no tenía el maldito derecho ni la autoridad de hablarme así. En cambio, sólo me sentí profundamente abatido, creyendo que yo era la peor persona del mundo.
Hasta que llegó Runa. No me agradaba. No me veía por años y de repente quería ser mi mamá. Pero ella me calmó. Me dijo que Esther estaba embarazada, que por lo mismo estaría más sensible y diría cosas así. Y que además sabía que jamás podría quedarse conmigo, entonces era como un berrinche. Fue en donde me di cuenta que Runa pensaba como yo pensaría, de forma clara, de una forma correcta.
Runa continuó, explicando que a las mujeres, y más a las jóvenes, sólo se les debía decir lo que querían oír, y eso lograba calmarlas lo suficiente para que razonaran. Me dijo que era tonta y yo lo suficientemente inteligente para hacer lo que quisiera con ella. Qué era el rey, y que si ella se quería ir, sólo tenía que encarcelarla, no tendría por qué explicar nada, era el rey. Yo decidía. Ella tenía razón, lo sabía, lo sabía muy bien.
Pero en el fondo, muy en el fondo, estaba una sensación funesta, que me seguía diciendo que eso estaba mal, que eso sólo la alejaría más de mí.
La pelea entre pensamientos me dejaba exhausto, así que cuando Runa me ofreció quedarnos ahí, sólo pensé que no tendría que lidiar con las responsabilidades y sólo descansaría. Quería eso.
En cuanto toqué la cama me dormí.
Los gritos me despertaron. Era Esther.
Corrí escaleras abajo para encontrar a Esther en el piso en un charco de sangre.
Runa sólo la miraba, sorprendida.
Fui a Esther, que estaba desmayada y pensé lo peor. Mi corazón martilleaba mi pecho y el miedo me daban ganas de vomitar.
No tenía un médico cerca, nadie que me ayudara.
Maldita sea, maldita sea, ¿por qué me fui del castillo? ¿Por qué la dejé venir?
No se debía alterar, debía reposar. Yo la alteré. Fue mi culpa, fue mi estúpida y maldita culpa. Era tan tonto, estúpido, idiota y egoísta.
Por mi culpa estaba ahí, por mi culpa la puse en riesgo.
Como el idiota que era, me quedé paralizado, agazapado a su lado, mirando su rostro.
Mi mano estaba encima de su vientre, sin atreverme a tocarlo y no sentir movimiento. Sólo yo debería ser capaz de calmarlo, debía moverse cuando no estuviera ahí. Debía vivir. Esther también.
¿Qué hacía, qué debía hacer?
— ¿Dónde hay un médico? — Pregunté cuando pude hablar.
— Hay uno, pero es en el pueblo. No aquí.
— ¡Necesita ayuda!
Runa no sabía qué hacer, estaba igual que yo.
— Yo... No sé, no lo sé. Lo siento.
No podía respirar. Las perdería. A ambos. No podía. No quería. Era un inútil. Tan inútil.
Luego Esther se quejó y eso me hizo mirarla. Parecía despertar.
— Esther, Esther, tranquila, ¿estás bien? — Levanté su cabeza para recostarla sobre algo suave. — ¿Esther?
Aún se veía mal, sólo emitía ruidos de dolor.
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Flesh of the dragon
RomansaÉl la odia a pesar de que ella lo ama. Ella lo ama, a pesar de que él la odia. Él la quiere sólo por su cuerpo. Ella lo quiere por todo. Él oculta un secreto que puede acabar con el imperio y el mundo. Ella ignora sus secretos y quiere que la ame. S...