CAPÍTULO 13

25 1 0
                                    

Narra Elián

Se había ido. Esther me había dejado.

La había llamado durante todo el día, pero a todas las personas a las que les preguntaba, me decían que no la habían visto.

Me había sentido mal por lo que le había dicho la noche anterior, no me había expresado correctamente, y cuando en vi su mirada algo que jamás había visto, supe que lo había hecho mal: hartazgo.

Hartazgo hacia mí.

Al final tuve que recurrir a Alba, que estaba bastante ocupada, y cuando le pregunté por ella, vi la sorpresa en su rostro, porque me dijo que ella tampoco la había visto en todo el día, y no había rastro de ella por ningún lado. Alba creyó que estaba conmigo, pero no era así.

Hice como si hacía otras cosas, pero la busqué por todo el castillo, y realmente no estaba. Siempre tenía la mala suerte de encontrármela en cualquier lado, y ese día no fue así.

Tuve que concentrarme en otras cosas, ya que me sentía extrañamente solo y vacío.

Eso me llevó a ver algo sobre mis caballos, que porque había nacido el mejor potro que teníamos en el reino e iba a ser para mí. No tenía ganas de saber de nada de eso, ya que no era de mi interés, pero lo terminé haciendo.

Y así fue como me enteré.

El caballerizo aprendiz que estaba ahí estaba platicando con otro, que la noche anterior una joven había logrado domar a la yegua más indócil que habían encontrado, y por alguna razón, eso llamó mi atención.

Los escuché mientras hablaban, y la descripción era de Esther, aunque debía comprobarlo.

Uno mencionó que era una criada, pero que se veía muy apurada por salir, y entonces tuve que preguntarles.

Obviamente, por ser el Rey, recibí muchos halagos y otras cosas que realmente no me importaban en ese momento, y yo les tuve que decir que se apuraran y sólo contestaran mis preguntas.

— Claro, claro, Su Majestad. — Se apresuró uno. — Era una criada, con uniforme de criada, delgada, con ojos grises, bastante bonita... Bueno, eso era innecesario; no tan alta, educada y dulce. Eso es lo que recuerdo.

Sí, por esa descripción era Esther. Ya estaba seguro.

— ¿Y qué hizo, exactamente? — Pregunté.

— Pues preguntó si le podían prestar un caballo. — Me contestó el otro. — Obviamente le dijimos que no, pero luego este tonto...

Golpeó con el hombro a el otro joven, que se vio avergonzado.

— Lo siento, sí, yo le dije que podía llevarse a la yegua. — Contestó el más joven. — Y se lo dije porque no iba a poder, pero como se veía tan determinada, pues no la detuve. Al final sí se la llevó, no sé cómo le hizo. Aunque antes de eso me arruinó el trabajo porque metió el potro que debería ser de usted a la caballeriza de la yegua y eso era un problema. Pero al final logró sacarlo y llevarse a la yegua. Nadie había podido domarla, por eso pensé que ella tampoco podría.

Tampoco creía que Esther sola hubiera podido domar a un caballo. Más sabiendo que jamás recibió entrenamiento con caballos ni equitación.

Lo que sí es que Esther amaba mucho a los animales, pero eso era lo único que podía darle a Esther, fuera de eso, no habría creído que fue la mismísima Esther quién lo hizo.

— ¿A dónde iba? ¿Dijo por qué tenía tanta prisa? — No quería saber la respuesta a esa última pregunta, porque ya sabía que era por mí.

— No, no dijo y no se lo pregunté, lo siento.

Flesh of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora