CAPÍTULO 4

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Narra Esther.

Mi corazón se detuvo y me tambaleé hacia atrás, perdiendo el conocimiento de lo que sucedía a mi alrededor y recordando la compasiva y dulce mirada de mi padre.

Estaba... Vivo.
Vivo.

No me lo podía creer.

Parecía imposible.
Un sueño o una broma.

Aún recordaba claramente cuando el Rey, el mismísimo Rey, se agachó para estar a mi altura, para poder mirarme a los ojos, tomó mi mano y me dijo que mi padre no iba a volver. No me lo podía creer. 

Siempre había estado con mi padre, a pesar de las circunstancias difíciles, él nunca se alejó de mi lado, nunca me dejó sola. En las noches, cuando las pesadillas me azotaban, él siempre se acostaba a mi lado, y me contaba historias fantásticas, de reinos muchísimo más lejanos, en los que existían dragones, y otras criaturas míticas y poderosas. En todas esas ocasiones, lograba tranquilizarme. 

Cuando nunca lo volví a tener cerca, esas pesadillas incrementaron y solo podía dormir con un té de hierbas tranquilizantes.

Y nunca me he sentido más sola. Esa sensación no ha desaparecido. 

Pero con la seriedad con la que lo dijo, no me hacía dudar.

— Querida, ¿estás bien? —Preguntó Su Majestad. No podía hablar. No podía hacer nada más que pensar en mi papá. Al que más amé en toda mi vida.

— ¿D-dónde está? — Pregunté acelerada, realizando lo que me acababa de decir. — ¿Dónde está mi papá? Debo ir a buscarlo.

— Esther, él no está en este reino. Se lo llevaron. Es una larga historia. ¿Por qué no te sientas a escucharla? — Dijo con paciencia el Rey.

Pero yo no podía permitirlo. No estaba en este reino, lo que significaba, que estaba en otro, pero eso no importaba, no importaba dónde estuviera, yo iría con él. Hacía tanto que lo necesitaba. Nunca lo había dejado de necesitar. Soñaba con su amor, con su cariño, con su alegría. Con él. Después de que mamá falleció, nos hicimos tan unidos, que pasaba todo el día siguiéndolo a todos lados, y lo bueno que a nadie le molestaba. Me llamaba su sombra, y no me importaba, porque eso era, no quería estar lejos de él. Después de que conocí a Elián, me pude separar un poco más de él, pero al final del día, siempre corría hacia él para contarle todo y él me escuchaba con atención. En las mañanas él me enseñaba distintas cosas, ya fuera geografía, lectura, matemáticas, lo que sea que él se acordara en ese momento. Era muy paciente conmigo, y siempre me repetía que yo era muy capaz, y que estaba demasiado orgulloso de mí. Siempre me sacaba una sonrisa. Con él era feliz, así eran todos mis recuerdos con él. Por eso lo necesitaba. 

Corrí hacia la puerta y la abrí con rapidez, afuera, en el pasillo, estaba Alba y otra amiga mía, las ignoré y corrí por el pasillo que dirigía a la salida.

Narra Elián.
Tráela, Elián. No sabe en donde está y sólo se meterá en problemas. Debe escuchar la historia antes. Así que tráemela. Es una orden. — Ordenó mi padre y yo obedecí. Corrí por detrás de ella.
En mi caminata, se escuchaban los tintineos de todo lo metálico de mi armadura, contra mi espada y todo lo que traía consigo y en ese momento deseé estar en mi ropa de gala, que eran mucho más ligeras que toda mi armadura.

A lo lejos en el largo pasillo podía ver el vestido blanco de Esther.

Aceleré y poco a poco, la fui alcanzando. Cuando estaba justo detrás de ella, le grité:

Flesh of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora