CAPÍTULO 16

24 1 0
                                    

Narra Elián

Tuve que aguantarme la risa. ¿Casarme con ella? ¿En qué estaba pensando?

— ¿Lo ves? — Esther suspiró. — Está bien, ya lo sabía. Debo... Debo descansar, no me siento bien, y tengo que buscar a mi padre.

Maldita sea, en vez de ganármela la estaba perdiendo. Y aún me reclamaba a mí mismo por haberme mostrado tan vulnerable cuando me iba a dejar. Sentí tristeza al saber que elegía al padre que no veía hace años que a mí, quién siempre había estado con ella.

— Sabes que no puedo. — Dije de forma rápida, buscando una forma de que no me dejara. Ella se detuvo, pero no me miró. — Aunque quisiera, no me dejarían.

— Sí, ya te dije, cómo sea. — Su voz era triste.

— Espera, Esther. — Ella negó mientras seguía caminando. — No sabía que esto era ser Rey, no es nada de lo que yo pensaba.

Ella seguía caminando, y mientras se seguía alejando, sentía cómo si la estuviera perdiendo para siempre. Estaba pensando qué decir, porque ya no sólo servía con fingir, debía llegar a más.

— ¡Te amo! — Me arrepentí apenas lo dije. Esther se sobresaltó, pero se giró hacia mí con una sonrisa en su rostro. Dioses, jamás supuse que llegaría a tanto mi mentira. — Aunque lo haga, que lo hago, ni siquiera me siento como un Rey.

Ella volvió a caminar hacia mí, escuchándome.

— Es decir, aún siento la duda de ser hijo de mi padre, y luego siempre creí que al ser Rey todos me obedecerían, pero solo soy una marioneta de los demás. — Ya no estaba mintiendo. — Me tratan como si yo trabajara para ellos, y ni siquiera puedo elegir cuándo me quiero casar, con quién y eso de los hijos. No puedo decidir mi propia vida.

Ella asintió, callada. Me estaba tratando de entender, por lo menos.

— Sí les dijera que me quiero casar contigo, me quitan la corona, estoy seguro. Además sé que quieren que tenga hijos, para ya tener con quién reemplazarme. — Esther asintió, triste. — Por eso, debes entender, no puedo, no puedo, aunque quisiera.

— Pero... ¿qué sucederá conmigo cuando te cases?

No podía ser, ¿cuánto tenía que mentir y fingir para que ella se callara?

— Yo... No lo sé, pero no pienso dejarte sólo como una concubina. No amo a mi prometida, ¿sí? Te amo a t-ti. — No soné tan convincente, pero ella me creyó.

Le dije que era tarde, por lo que ambos subimos, ya que le dije que se podía quedar conmigo. En mis aposentos, le limpié la herida de la nariz y ella me puso una compresa en la cabeza, que era donde me habían golpeado.

Me hizo un té y por un momento me sentí cuidado, querido.

Nos acostamos juntos, y ella me volvió a preguntar si buscaríamos a su padre, le dije que sí.

Aunque en realidad, él no me importaba y no olvidaba las palabras groseras que me había dicho. Además de querer robar a alguien de mi propiedad. Así que no, no dejaría que alguien más se la llevara.

No tardé en quedarme dormido, y cuando desperté, estaba recostado en el pecho de Esther, la cual seguía durmiendo plácidamente.

Me gustaba estar así con ella, no sólo el sexo.

Me separé de ella, y aproveché a terminar unas cosas.

Ella se despertó, y noté cómo me buscaba, y cuando me encontró, se relajó.

No me molestó mientras trabajaba, pero cuando vio que terminó, me preguntó:

— ¿Podrías dibujarme el escudo que viste en el cuchillo? — Pensé que se tardaría más, pero aún así lo hice.

Flesh of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora