CAPÍTULO 9

24 2 0
                                    

Narra Elián

Sus ojos estaban mirándome como si fuera un monstruo, alguien irreconocible para ella. Veía el terror, notaba como quería salir de ahí corriendo. Salir corriendo de mí.

Aquella que siempre me había observado con cariño, con entendimiento y confianza, ahora me miraba como lo peor del mundo. 

Miré mi puño, aún en la pared, y veía el claro daño que le había hecho. Ni siquiera sabía que tenía esa fuerza. No, estaba seguro que yo antes no tenía esa fuerza, jamás la había tenido. 

Me di la espalda, alejándome de esa mirada aterrada y vi mi mano, estaba igual que siempre, pero la sentía distinta, más fuerte. 

Además, ¿por qué había querido golpearla? Sí, no era mi gran afición, pero jamás le haría daño a una mujer. Era de las primeras enseñanzas que me había dedicado mi padre, y estuve a punto de romper todo eso. 

Ni siquiera había hablado, no me había dicho nada para hacerme enojar, pero aún sentía esa llama dentro de mí, como si algo se apoderara de mí. 

Escuché ruido detrás de mí y vi como Esther trataba de escabullirse lejos de mí, pero la tomé del brazo antes de que saliera. 

Sentí cómo se sobresaltaba ante mi tacto y cómo quería alejarse de mí. No me miraba, pero sabía que estaba atemorizada. 

— Esther... Yo, eh, l-lo siento. — No me quería disculpar ante ella, pero sabía que lo que había hecho no era correcto. 

Ella no dijo nada, pero dejó de debatirse ante mi agarre. 

— No sé lo que me está pasando, Esther. — La solté y fui hacia el espejo, para verme. Me seguía viendo igual, pero ya no me sentía así. 

En sólo unos pocos días, mi padre, mi admiración, había muerto, y yo me había convertido en rey; había tenido mi primer intento de asesinato y... Fue la primera vez que maté a alguien. 

Y estaban los dolores, la ira que siempre me poseía, que no se iba. 

Alguien tocó la puerta y Esther se volvió a asustar. 

Me dirigí a la puerta y la abrí; era Mateo, quien hizo una reverencia al verme. 

— Su Majestad, aquí tiene lo que me pidió. — Me entregó distintos papeles. — Y también, para comentarle que debe empezar a ver las cosas sobre el reino, han llegado muchas-

Cerré la puerta y fui a una silla para leer lo que me habían entregado. 

Esther se acercó para leer, pero se quedó bastante alejada de mí. 

Era la información de distintos trabajadores de mi padre, pero ninguno de ellos me interesaba.

Hasta que lo encontré: Abel Rocasolano. 

Venía lugar de nacimiento, trabajos y el contrato del mismo, pero nada que me dijera dónde estaba. 

De nuevo eso me exasperó, ¿por qué todo era tan difícil? 

— Ahí. — Comentó Esther y vi que apuntaba hacia la parte del reino Clafínades, que de ahí provenía Abel y sus padres. — Su Majestad había dicho que tenía algo que ver con mis abuelos. Debe de estar ahí. 

El reino Clafínades era un reino en el bosque, así que mayormente eran carpinteros y vendían madera. El Rey actual era el Rey Bernat, llevaba aproximadamente 15 años en el cargo y la mayoría de su población decían buenas cosas de él, casi no había quejas, o eso hasta donde yo había leído. 

La reina Camelia era su esposa, una mujer 10 años más joven que el rey, y eso era lo que más molestó en su tiempo al reino, ya que decían que no era lo suficientemente madura para reinar, aunque el Rey siempre dijo que él la amaba y que confiaba su vida en ella. Tenían 3 hijos, y el primogénito próximo a reinar era el príncipe Cosme, de quien no había leído mucho. 

Flesh of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora