Capitulo 30: El nombre del juego

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Gloria miró a su hermano. Bajó despacio del auto y cerró la puerta, sin despegar sus ojos de él.

Felipe estaba absolutamente enojado, rojo de furia. Parándose derecho ante ella, lucía más alto que la última vez que lo había visto. Su mirada acusadora le causó gracia, pero se mantuvo seria, porque también estaba enojada con su sorpresiva aparición y sus reclamos.

-¿Qué te pasa a vos? -le preguntó, sin alzar la voz, como si le estuviera comentando el clima-. Hola, ¿no?

-¡Gloria, ¿dónde estabas?! ¡Te estuve llamando, ¿por qué estás con este chabón?!

Sin inmutarse por los gritos y con la misma parsimonia con la que bajó del auto y le habló, abrió la puerta trasera y sacó al gato.

-¡¿Qué hacés con ese gato de mierda?!

-No te metas con el gato.

-¡Gloria contestame!

Estaba sobrepasado de furia adolescente, sin embargo no dejaría que eso la molestara.

-No entiendo qué te pasa, además, ¿por qué estás acá? Hoy es jueves y no son ni las 12 del mediodía, deberías estar en la pensión y cursando la escuela.

-Porque...porque...¡Gloria contestame lo que te pregunté!

De reojo vio que Lionel también salía del auto, mirando directamente a Felipe, con rostro tenso. Por eso no vio las señas que ella le hizo para que no se acercara y las cosas empeoraran.

-¿Qué hace este tipo acá? -Felipe lo señaló, pero sin dejar de mirarla. Gloria tomó aire, tratando de evitar descontrolarse, y miró a Martina.

-Vení Martina, tomá las llaves y abrí -sacó de un bolsillo del pantalón la llave de la casa y además de dárselas, también le entregó al gato, que la chica agarró con una sonrisa tierna-. Vos abrí y meté al gato en la pieza.

La chica, sin decir una palabra, hizo todo lo que le pidió mientras Felipe la miraba a ella, a su hermana, y a Lionel.

-Gloria, ¿qué mierda está pasando?

-Primero me hablás bien -Gloria seguía parada junto al auto, cruzada de brazos-. Y después decime qué estás vos haciendo acá.

-¡No, decime vos qué está haciendo acá este pelotudo!

-¡Hablá bien! -esta vez ya gritó, y lo apartó con un empujón, dirigiéndose hacia la vereda. Martina salió, le devolvió las llaves-. Gracias nena, andá para tu casa, después hablamos. 

-¡No la mandoniés a mi novia! -Felipe le gritó, aunque estaba desconcertado por el hecho de que Martina salió de allí casi huyendo.

-Hago lo que quiero porque estoy en mi casa -contestó, cruzando el pequeño patio delantero y acercándose a la puerta. De inmediato supo que la respuesta había sido la incorrecta porque Felipe se enojó, inexplicablemente, aún más.

-¡También es mi casa y quiero que se vaya este tipo!

-A él no lo vas a tratar así, ¿me escuchaste? -trató de seguir manteniendo la compostura. Después miró a Lionel, que los había seguido de lejos-. Andá Lionel, después hablamos, dejá que yo me ocupo de este.

-¡¿Qué?! -exclamó Felipe, escandalizado-. ¿Gloria vos ahora andás con este pelotudo? ¿No tenías otro novio? ¡Al final son todas iguales, unas pu...!

-¡A tu hermana le hablás bien, pendejo maleducado! -esta vez fue Lionel el que gritó más fuerte, blandiendo un dedo acusador hacia Felipe. El chico no amainó su descontento, sino que se paró más derecho, levantó el mentón mirándolo con soberbia, y dio un paso hacia él. Gloria supo que a partir de ese momento todo lo que pudiera salir mal, iba a salir mal.

Amor y GloriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora