Capitulo 2

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— Oh, las margaritas ya florecieron

— Ni se te ocurra tocarlas, ladrón.

Repitiendo el interminable patrón, reprende con molestia e irritación a su vecino de al frente. Sunoo, como usualmente suele hacerlo, ha aparecido después de unos días en el jardín de su casa, sonriente, animado y con la evidente intención de escoger a su próxima víctima, la pobrecita florecita que se vea involucrada en su secuestro y sus malévolos planes de tenerla con él en su propio territorio.

En su postura nota que esconde sus manos tras los bolsillos de su gigantesca sudadera, tratando de disimular sus verdaderas intenciones para asomarse por ahí.

— Sólo vengo a verlas, hyung —se excusó.

— No te creo, aléjate de ellas.

Pero Jay no lo cree nada, si no fuera por el indescriptible brillo opaco que se refleja diariamente en los orbes azabache que el otro posee, no podría ignorarlo, este es tan transparente y claro que no puede sólo pensar que el rubio está ahí con intenciones de dedicar un simple cumplido a sus plantas, sin recibir una de ellas a cambio. Hay algo que va mucho más allá de eso, pero no sabe que es con exactitud.

Tampoco es como que quisiera saberlo y mucho menos está interesado en hacerlo.Ahogando su característica risa de ruiseñor, su vecino lo mira con encantadora inocencia, acercándose hasta donde está sentado, rodeado de las margaritas blancas que el día anterior florecieron, cerca de los narcisos amarillos que su madre le pidió cuidar mientras ella sale todos los días a trabajar y luego a visitar a la mujer que le dio la vida, su amada abuela, que todavía sigue internada en el hospital, conectada a un tubo delgado que se aferra a su brazo por medio de un pequeño catéter.

Su abuelita no ha mejorado.

— Las margaritas son lindas —tomando asiento al frente suyo, el rubio con alma de ladronzuelo comienza a parlotear; esa es una de sus muchas estrategias para tratar de convencerlo de robar una flor—. Son pequeñas, inocentes y demasiado puras, igual que los niños, ¿no lo cree, hyung? —dedicándole una mirada fija, le lanza una pregunta. Toda la atención de su encantador vecino está puesta sobre él, absolutamente.

— Sunoo, eso no funciona conmigo —pero aún sabiendo que tiene toda una tarde para permanecer con el menor a su lado, su parte indignada por las fechorías de este es la que responde, evadiendo el tema o la felicidad que sacude dentro de su pecho.

— Me gustan las margaritas, me recuerdan a cuando era más pequeño y salía al parque con mamá —ignorando el reproche, el otro prosigue comentando, sonriente y nostálgico.

Jay sólo puede quedarse viéndolo, atento al movimiento de sus labios y al resplandor entristecido de sus ojos. Su atención en él es tanta, que se percata de cómo la sudadera azul de su odioso vecino le queda más grande que otras veces; holgada y fuera de su talla, como si hubiera adelgazado más en pocos días.

—. Lo hacíamos luego de salir de su trabajo, como me llevaba con ella los dos solíamos ir a ese lugar para relajarnos, pero siempre nos reíamos de ellas porque mamá decía que eran igual que yo.

— ¿Igual que tú?

— Sí.

— ¿Por qué serías como las margaritas? — extrañado por la comparación, Jay arruga la nariz, formando una mueca de disconformidad con sus finos labios rosáceos.

Desviando por unos segundos la mirada, Sunoo después responde:

— Porque son pequeñas y frágiles, y eso significa que cualquier cosa las puede destruir — volviendo a dirigir la mirada para conectarla con la suya, pronto se explicó

—Pero mamá decía eso cuando era un niño.

— ¿Ahora ya no lo dice?

— No. Ahora mamá piensa que las margaritas no son las únicas para compararme con ellas, porque todas las flores son frágiles, hyung.

— No pareces alguien frágil, Sunoo —con una incomodidad en el pecho, Jay replicó, haciendo reír al nombrado, que solamente lo mira con cierto toque de diversión en sus ojos, ocultando un pesar detrás de ello.

— Probablemente no lo sea —acordó—. Pero me conformo con saber que indirectamente mamá también quiere decirme que soy lindo, igual que las flores. No lo sé, podría sacar provecho de eso — alzando ambos hombros sonrió coqueto.

El mayor niega, rodando los ojos ante la infantil conclusión.

— Todas las mamás dicen eso de sus hijos, no te creas tanto.

Pero pese a su intento de hacerlo entrar en razón, su vecino restó importancia al asunto y se dispuso a seguir con lo suyo. Levantándose de golpe, el jovencito bonito se dirigió al cobertizo de madera que estaba al otro extremo del jardín, y adentrándose a este en segundos salió con las herramientas que necesitaba para cortar otra de las muchas flores que la abuela Park y su nieto cuidan diariamente con amor y mucho cuidado.

— ¿Puedo robar uno de los narcisos amarillos? — ya estando frente a su objetivo, amablemente preguntó.

— No — y Jay como siempre se opuso.

— Tendré cuidado al cortarlo.

Volviendo a pasar por alto la oposición y orden de su mayor, el rubio continuó con su trabajo de ladrón de flores, hurtando lo que quería para poder huir en unos minutos con su nuevo botín, la recompensa de su robo al jardín vecino.

— ¿No te llevaste una flor de pascua la vez anterior? —con un resoplido de molestia, Jay se quejó, asesinando con su mirada al contrario que le dedicó unos segundos de su tiempo para luego seguir con su pasatiempo favorito.

— Sí, lo hice.

— ¿Entonces para qué quieres los narcisos? —por segunda vez cuestionó, cruzando los brazos sobre su pecho mientras su vecino terminaba de cortar la última flor mencionada—. ¿Qué? ¿no te es suficiente con esa?

— Hyung —con la flor ya en sus manos, Sunoo lo llamó, sonriente y algo cansado—. Ya le dije que su abuela me dio el permiso para tomar las flores que quiera.

Y diciendo aquello con tanta seguridad y desolación, sin permitir que el mayor dijera algo más para quejarse o regañarlo, dejó las herramientas en el lugar donde pertenecían y posteriormente salió del jardín, dejando a Jay el semblante molesto, las cejas ceñidas y el corazón latiendo de exuberante alegría al pensar en lo precioso que se veía su molesto vecino con los narcisos amarillos y un par de pequeñas margaritas blancas entre sus delegadas brazos.

La Señora Kim tenía razón.

Sunoo era tan bonito como una margarita.

— Tendré que decirle a mamá que hable seriamente con la abuela sobre el asalto a nuestro jardín.

Pero no diría que era tan frágil y débil como una flor.



Ladrón de Flores (Jaynoo) Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora