Nunca le han gustado los hospitales.
Los odia, aún cuando ha pasado la mayor parte de su vida dentro de uno, tan grande, que por poco pudo haberse perdido dentro de este al estar con constancia pasando de sala en sala, acostumbrándose a estar rodeado de fármacos, jeringas y batas blancas con estetoscopios a juego, conociendo muchas personas a cargo de salvar muchas vidas y a otras tratando de curarse de alguna enfermedad común o rara, o peor aún, haciéndose amigo de quienes se aferran a la esperanza de vivir mientras sus latidos del ritmo cardíaco dependen de un fino hilo.
No le gusta, a pesar de que su madre lo ha familiarizado con un estilo de vida como ese, que según crecía, sus facciones cambian y su mente adquiere más conocimiento y criterio propio, hasta hacerlo tener el lejano sueño de en el futuro ser parte de ese valeroso trabajo como algún doctor, enfermero o cirujano; no podía soportar estar en un lugar como ese.
Aborrecía el ambiente.
Despreciaba encontrarse en un lugar así, en el cual tuviera por obligación adaptarse a la circunstancia de encontrarse sentado en un sillón acolchado y especial, mientras en su brazo extendido tenía insertado la aguja de un catéter que transfiere un tipo de líquido vía intravenosa, que según los doctores y la enfermeras que lo cuidaban, lo ayudaría a erradicar o, en efecto, batallar con lo que sea que estaba haciendo estragos en el interior de su cuerpo. En lo profundo de su vida.
Tener que estar por dos largas horas sentado, aburrido y sin hacer nada, no era algo que le encantara o por lo menos entretuviera un poco.
En muchas de esas ocasiones se sentía abatido y desesperado, aún si la compañía de las compañeras de trabajo de su madre, las amigables enfermeras, trataran de contrarrestar ese molesto y desesperanzador momento que requería su tratamiento. No le parecía algo agradable. En realidad, sólo lo irritaba más. Pero, sin embargo, lo toleraba; más por simple indicación y diagnóstico del médico que por otra cosa. Tal vez –si es que dejaba de ocultarlo más–, porque en la realidad de su joven mente, tenía la esperanza de que todo saldría bien con eso y un día de esos podría llegar a casa despreocupado, para convivir con sus padres y hermano, mientras en su corazón la verdad de que ya estaba bien por completo se le fue anunciada y confirmada.
Pero, claro, aquello todavía no sucedía.
Sunoo tampoco creía que fuera a suceder.
— Bien, hemos terminado, querido —despertándolo, de sus erráticos pensamientos, una dulce mujer le anunció, acariciando sus cabellos con cariño mientras otra de las enfermeras se disponía a quitarle el catéter que estaba clavado en la vena de su brazo—. Eso es todo por hoy, ¿cómo te sientes? —con una diminuta sonrisa entre sus labios pintados, enseguida le preguntó.
— Horrible. Me siento muy cansado y tengo sueño —respondió él, sincero y sumamente fatigado—. No tengo ganas de nada. Me duele.
— Lo sé, cariño —dijo ahora la joven enferma, que en ese instante había terminado de ayudarlo a quitarle la molesta agua. En tanto, la primera que le habló siguió acariciando su cabello, buscando acomodarlo, en posición correcta, y consolarlo—. Y tú también sabes que eso es normal con esto. Al principio te sentirás muy agotado, mareado y somnoliento, pero luego de unas horas podrá reducirse el dolor.
— Y luego volverá, y me hará sentir peor —a regañadientes y un tanto molesto, Sunoo se queja, y las dos amigas de su madre lo miran con mucho pesar y lástima, queriendo animarlo un poco. Pues, aunque no tenían su edad, ellas entendían que para un jovencito de dieciséis años como él, no era agradable tener que asumir las consecuencias de un tratamiento tan doloroso como el que recibía semanalmente.
ESTÁS LEYENDO
Ladrón de Flores (Jaynoo) Adaptación
FanfictionPark Jongseong "odia" profundamente a su bonito vecino, quién llega casi todos los días a su casa para robarse, sin razón alguna, las pequeñas y coloridas flores que crecen día a día en el jardín de su abuela. © Adaptación de Ladrón de Flores (Yoont...