Capitulo 5

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Jay está hablando con las flores.

Después de tener un agotador día de clases en el instituto y de regresar enseguida a casa para atender las criaturitas de la madre naturaleza, finalmente en esa tarde tenía un descanso bien merecido para sentarse sobre el césped cortado y conversar un rato con las florecillas que habitan en el jardín. Después de acabar con todos sus deberes, un momento de serenidad y calma bastaba para que se tome un tiempo de convivencia con las mejores amigas de su abuela.

— Tus espinas son preciosas, rosa —expresó, observando con cariño a la mencionada. Las rosas que llevaban años en el jardín están a su alrededor, haciéndole compañía con sus pequeñas y delicadas presencias—. Eres tan bonita, que siento que debería cuidarte mejor —continuó, jugando con sus dedos mientras sobre sus piernas cruzadas el sombrero gigantesco que solía usar su abuela, siempre que salía al patio a atender el jardín, reposaba, tomando el papel de como si ella estuviera presente con todos ellos.

—. Me recuerdas un libro que leí en clase. Era sobre un pequeño príncipe que estaba enamorado de su rosa, así que la cuidaba con mucho cuidado y cariño. Al menos, hasta que un día tuvo que dejar el asteroide donde vivía.

Hablarle a las plantas era algo bueno, las hacía sentir acompañadas y no abandonadas por el resto de seres humanos que caminan por ahí, rondando sobre la tierra y sus paisajes, como por las ciudades de asfalto que ellos mismos han construido a lo largo de los años. Darles una atención como esa, a parte de los cuidados básicos como el agua, sol y abono, requería de mucha paciencia, pero el resultado final valía totalmente la pena.

Jay había visto en persona la prueba de eso.

Cada tarde la anciana que lo mimaba salía con sus ropas bonitas y bordadas, vistiendo sobre ellas unas botas amarillas, unos grandes guantes del mismo color y un sombrero enorme de jardinería hecho de paja que cubría su cabeza y rostro del sol. Su conjunto era divertido, pero tenía siempre el propósito de ser la etiqueta adecuada para dar amor a las flores y verse con ellas cada día de la semana. Cuando ella hacía eso, recordaba perfectamente que al culminar lo primordial de su rutina, la mujer se sentaba en medio de todas y se quedaba por una o más horas conversando.

Cualquier cosa que pasara por su mente en ese instante se convertía en un grato tema de conversación, y claramente en la mayoría de ellos él se vio involucrado.

Gracias a eso, mágicamente, luego de hacer todo aquello, las flores del jardín le responderían de un modo único y fabuloso: florecían más hermosas y no alcanzaban a marchitarse con facilidad. Al hablar con ellas o simplemente permitirles oír una plática ajena, pero que indirectamente las involucre, hacía que sorprendentemente germinaran con toda la belleza que poseían oculta.

Por eso, segura de que su estrategia no era mala ni una locura, la abuela decidió hacer aquello todas las tardes. Así podría relajarse, olvidar el estrés y tener unos minutos de paz. Ella aseguraba que al hacerlo, las florecillas responderían con amor y volverían de ese tiempo de paz algo más íntimo y alegre.

Confortable.

— Cuando las rosas rojas florezcan tendré que darles más amor —adaptando esa costumbre a la propia, Jay repetía lo mismo todas las tardes.

Se sentaba en medio del jardín y hablaba sin parar con las más pequeñas, y aunque estas no le responden directamente con palabras, lo hacían sentirse correspondido cuando ellas lo demostraban de otras formas—. Y a los jazmines y tulipanes les cortaré sus hojas secas, también me encargaré de eliminar las malas hierbas.

Después de todo, su abuela tenía razón.

Si das atención a las flores, ellas te responderán con amor puro y enriquecedor aprecio.

Ladrón de Flores (Jaynoo) Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora