Capitulo 18

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«Tal vez los seres humanos nacimos para morir»

Ese es el tipo de pensamiento que cruza por la mente del jovencito de cabellos rubios mientras observa cauteloso las palmas de sus manos, lo hace tan meticulosamente que en el pigmento de sus iris oscuras y en el brillo opaco de sus pupilas se expresa lo exhausto, decepcionado y harto que está por tener que sentir a diario esos dolores profundos clavados en todas las partes de su cuerpo. Es más que evidente que no está a gusto con los malestares que provienen desde los órganos de su interior y llegan hasta el exterior, donde lo único que obtiene gracias a estos son reacciones absurdas que no alivian ni curan nada en absoluto, un par de muecas quejumbrosas y miradas somnolientas que demuestran que no es fanático de experimentarlo.

Bueno… ¿Y quién lo sería?

Sunoo apostaría que no existe ni una sola persona en el mundo que se sienta a gusto con punzones tan incómodos como esos.

Está tan seguro de que no hay alguien en el mundo que haya aprendido a vivir con los mareos, las náuseas y la falta de apetito repentinas que sólo consiguen hacerlo sentir sofocado y bastante hambriento, asqueado e inquieto, tan extremadamente desesperado como para no evitar odiarse a sí mismo por ser el culpable de portar células muertas que se reproducen en masa y enferman su cuerpo.

No. No puede haber una persona así. Porque en dado caso de que lo hubiera, el rubio diría que es un mentiroso, alguien que actúa igual de falso que él ante la preocupante circunstancia de aceptar la realidad y el destino que por desgracia les ha tocado. Es imposible que por allí haya una mujer, hombre o niño que lo haga, y lo sabe tan bien que para demostrarlo se pone a sí mismo de ejemplo.

A él, quien contempla la tierra seca que ensucia las palmas de sus manos, esa que no ha podido dejar de mirar porque está consciente de cómo es que llegó hasta allí.

Lo sabe y lo mantiene presente en su mente como un recordatorio de que nada de lo que podría ser una esperanza a futuro, es real o siquiera cierta

No lo es y tampoco lo será.

Desde que decidió dejar de recibir su tratamiento, la espantosa y drenadora quimioterapia, dejó de serlo.

— ¿Por qué?... ¿por qué no puedo?

Y ahora lo entiende. Por esa mañana en que decidió levantarse de la cama, cambiarse de ropa y salir directo al patio trasero de su casa para ver el estado de su desolado jardín, a pesar de sentir que los huesos le dolían y el dolor de cabeza le mareaba, es que logró entenderlo por fin. Cuando su rostro fue acariciado por la brisa de otoño y sus extremidades se estremecieron ante el frío del invierno que se aproximaba, fue que consigo hacer que sus pensamientos y mente recapaciten, cambiando de opinión, confirmando que ellas no podrían.

Cuando Sunoo fue a su jardín y se encontró con la desagradable escena de pétalos caídos, tallos caídos y más de dos flores marchitas sobre el suelo seco, culpándolo de su muerte, entendió que no lo lograrían.

Se enteró que las flores morirán aún si él las cuidaba; comprendió con ello que él también lo haría, que no sobreviviría, aún si el mundo entero se uniera para tratar de evitar que su corazón no se detuviera, tarde o temprano se iría.

Ya era algo inevitable.

Y es por esa razón que ahora lo entiende:

Que todos vamos a morir.

Que nadie de nosotros es eterno.

Ni siquiera él lo es.

— ¿Sunoo?

— ¿Hyung? —y mientras intenta controlar la ola cristalina que atenta con azotar contra el cristal de sus orbes, el muchachito risueño alza lentamente el rostro y se gira a su lado izquierdo para encontrarse con la figura de su hermano, quien lo mira con nostalgia, vistiendo el feo uniforme del instituto y cargando sobre sus hombros su mochila, la que supone debe estar repleta de libros—. ¿Qué haces aquí? —le pregunta curioso, interesado por saber la razón por la cual todavía no se ha ido, a la vez que intenta no sentir envidia por no poder hacer lo mismo.

Ladrón de Flores (Jaynoo) Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora