Capitulo 17

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Jay no está con las flores.

No las quiere ver. No quiere estar con ellas.

Desde hace una semana que el jovencito ha dejado de salir al patio trasero de su casa para ir directo al jardín. Desde hace unos días no ha vuelto a ir al cobertizo para tomar de éste alguna pala o cubeta. Desde hace muchas horas no se ha atrevido a buscar más abono o agua para darles. Desde que su abuela murió, no ha regresado.

Porque para él ya no tiene sentido hacerlo si ella no está ahí. Porque si va y se acerca a ese lugar el recuerdo de su vieja y encorvada silueta volverá a su cabeza y debido a eso el pecho le dolerá, tanto que querrá abrazar a esa falsa ilusión y pedirle que se quede, que lo abrace y no lo suelte, que le enseñe una vez más sobre las plantas y cómo se relacionan sus cuidados con el amor.

Ese mismo amor que la destruyó.

No ha podido ir hasta allí. No si tiene el alma rasgada y la mente empapada de memorias que lo ahogan cada vez que recuerda un pequeño pedacito del efímero tiempo que compartió con ella, cuando piensa en lo que fue y en todo lo que hizo por él, en todos esos pequeños detalles que dejó grabados en sus memorias como trazos de pinceles que fueron plasmados sobre el lienzo en blanco que alguna vez fue, ese que su abuela pintó con muchas flores de colores pero que dejó sin querer con un espacio vacío.

Ese vacío que nunca podrá ser llenado.

La vida es así, tan injusta, tan molesta y tan confusa. Te arrebata lo que amas y te deja con esa desolada sensación, con una enseñanza que con la primera muerte aprendes a valorar y luego de otras más sólo la aceptaras, hasta que finalmente te toque a ti irte y dejar abandonado a alguien más. Todo se trata de un simple ciclo repetitivo; sin inicio y sin fin.

Pero, ¿Qué podía hacer él? Ya era demasiado tarde como para evitar lo inevitable. A veces solamente debes entender que el destino funciona así, en base a alegrías momentáneas y dolores eternos que nos marcan, que nos cambian la vida y la forma en que nuestros ojos observan el mundo exterior, rompiendo esa ilusión y fantasía que nos muestra sin filtros la realidad de lo que somos y nos ayudan a comprender que la muerte es tan natural como el nacimiento de un nuevo ser.

Y por ello, al saber todo eso, es que él no ha salido de casa otra vez. Ahora ya no se puede encontrar al nieto mayor de la abuela Park pasar largas horas cuidando del jardín, sino que se le puede ver oculto detrás de un cristal, tras las telas de un par de cortinas blancas, casi transparentes, que lo protegen al observar por la ventana de su habitación como otro muchachito de cabellos dorados como el oro se adentra en éste e intenta hacer su trabajo; ese que le fue heredado, ese que le pertenece, ese que ella le dejó.

Ese que un ladrón no puede hacer.

Ese que Sunoo no debería hacer.

Pero lo hace, su vecino lo hace porque él ya no tiene la fuerza como para salir, apreciar el césped verde, ver el cielo azul y hablarle a las flores que lo único que hicieron fue dañarlo al importarles muy poco el fallecimiento de su verdadera amiga, aquella mujer que las cuidó y amó hasta que de repente enfermó y los fármacos del hospital se volvieron su nueva compañía, convirtiendo sus últimos días de vida en una postergada estadía dentro de paredes blancas, con el aroma a alcohol colándose en su respiración e inyectándose en ella, dentro de un corazón que un día sólo se rindió.

De un corazón que un día dejó de latir.

Sus días ahora se resumen en eso, en observar con atención lo que el menor hace y en cómo diariamente arranca el tallo de una flor que dentro de unas horas comenzará marchitarse y causar una ola de frustración y decepción en él, dentro de su cuerpo que minutos tras minuto pierde el sentido y rumbo para vivir. Tal vez Jay no lo haya notado o sencillamente decidió ignorarlo, pero en todos esos momentos en queSunoo hace lo que se supone es su trabajo, hay una palidez y debilidad en su rostro y en cada uno de sus lentos movimientos.

Ladrón de Flores (Jaynoo) Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora