Amelia está a punto de hacer un gran descubrimiento. Envuelta en esta aventura llena de acción, reflexiones y, sobre todo, sentimientos encontrados que la harán replantearse su vida y sus propias ideas. Con humor y grandes dosis de ironía, hará fren...
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Amelia estaba sin palabras. Aún podía sentir en sus labios el roce de los de él, en el que había sido el segundo beso que le habían dado en toda su vida.
El primero fue bajo un antiguo árbol del colegio. Se lo había dado una amiga el día que ambas cumplían quince años y solo recordaba que no fue algo muy memorable. Desde entonces, no había sentido la necesidad de besar a ninguna otra persona y jamás se había planteado seriamente salir con nadie.
Seguía recordando su mirada al acercarse a besarla, con sus almendrados ojos color miel, el olor de su piel; que era fuerte y dulce al mismo tiempo, y el sabor de aquellos labios, que levemente había tocado los suyos, tan suave que casi parecía que no habían llegado a hacer contacto.
Estos recuerdos la hacían ponerse muy nerviosa, su pulso se estaba acelerando y notaba cómo su cara se encendía << ¿Me ha besado un hombre? ¿Qué significa eso?>>. Las preguntas se amontonaban en su cabeza, quería saber el porqué, quería descubrir que era lo que él sentía por ella.
Mientras su mente era un torbellino de emociones y dudas, una realidad venía a ella y esa realidad era que ella no podía aceptar aquel beso. No podía tolerar que un hombre la hubiera besado y esos sentimientos de emoción se fueron poco a poco convirtiendo en culpa y enfado. << ¿Qué derecho tenía a besarme sin mi consentimiento? ¿fue culpa mía por dejar que se acercase tanto? >>, << No ha sido culpa tuya>> le contestó su voz interna << quizás sí... en realidad no le dije nada cuando me besó en la frente o se sentó en mi cama...>>, << ¿Por qué eres tan crítica contigo misma?>>. Aquella voz tenía razón o, al menos, tenía que tenerla.
Cuando despuntó el alba, Amelia lo tuvo claro << Jamás, jamás aceptaré a un hombre, sea quien sea. Estoy en este problema por culpa de los hombres, son el origen de todo lo que está mal>> seguía pensando para sí misma. <<Aunque yo también la tengo, por haber bajado la guardia y pensar que podía convivir con ellos como si fueran mujeres, en definitiva, por creer que los hombres eran mejores de lo que son >> Así que, con esta disposición, se decidió a afrontar por segunda vez su nueva vida. Pero esta vez, sin titubear ni un poco, ni mostrar ninguna debilidad.
Alguien llamó a la puerta de su habitación, sacándola momentáneamente de sus pensamientos.
–Toc, toc.
–¿Qui...quién es? –Contestó rápidamente, sin poder evitar sonar algo molesta.
La puerta se abrió un poco y Evan se asomó cautelosamente.
–Perdona, solo quería saber cómo estabas esta mañana.
Y mientras terminaba de decir esta frase, una almohada se le estampó en la cara y después cayó al suelo.
– ¡¿Quién te ha dicho que puedes entrar?! ¡sal de inmediato! –Le gritó Amelia, visiblemente enfadada.
Él se quedó petrificado, le pidió disculpas y volvió a cerrar la puerta. Amelia respiraba agitadamente. << ¿Qué se ha creído? ¿Que puede entrar y salir de mi cuarto cuando quiera? >>, << No, nena, has hecho muy bien en lanzarle la almohada a la cara>> le respondió su voz interna. En ese momento, le vinieron a la mente las imágenes de cuando él la estaba cuidando hacía tan solo algunas horas y una punzada de culpabilidad le atravesó el pecho << ¡No!¡No te puedes sentir culpable! Borra ahora mismo eso de tu mente>> siguió diciéndole la Amelia de su cabeza. << Eso es a lo que juegan los hombres, juegan con tus sentimientos para conseguir de ti lo que ellos quieran, ¡no se lo permitas!>>. Escuchó sus propios consejos y se levantó de la cama, totalmente recuperada de su enfermedad, y se duchó antes de bajar a la cocina.