32. Descubrimiento

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James estaba desesperado, llevaba dos días tratando de convencer a su compañero Umberto de que aquellas mujeres no suponían una amenaza

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James estaba desesperado, llevaba dos días tratando de convencer a su compañero Umberto de que aquellas mujeres no suponían una amenaza. Sin embargo, no conseguía cambiar su forma de pensar. Y, aunque eso le molestaba, entendía muy bien los razonamientos de compañero, que aún esposado en una silla de su cochera, seguía repitiendo las mismas cosas.

–¿Cómo puedes hacerme esto James? –decía cabizbajo con la voz llena de resentimiento. –Yo que hubiera recibido una bala por ti. Que siempre te respeté como inspector, que estuve a tu lado durante diez años... ¿es esa es tu lealtad? –preguntaba sin levantar la cabeza.

–Sé lo que piensas... Pero todo esto lo hice por Claudia. Sé que no lo entiendes, porque no tienes hijos ni esposa, pero espero que puedas entenderme. Ésas mujeres no son una amenaza, te lo puedo asegurar. Si acaso; vienen a mejorar este mundo– le respondió dialogante.

–¿Cómo puedes saberlo? ¿cómo sabes que no van a querer recuperar La Tierra? ¿cómo sabes que no son una amenaza a la seguridad del estado? Te estas convirtiendo en el tipo de persona que más odiábamos antes... las que piensan que están por encima del sistema, que creen que tienen derecho a decidir sobre la vida de los demás sin pensar en las consecuencias– dijo mirándole fijamente a los ojos.

–Yo no creo que este por encima del sistema, soy un federal, mi deber es proteger a los ciudadanos. Pero aquí no hay ningún mal del que protegerles... –James notaba que comenzaba a quedarse sin argumentos. Sabía que sus razones no eran de peso y, que las motivaciones de Umberto, eran mayores.

–¿Te atreves a llamarte a ti mismo federal?... –le reprochó airado. –¡No vuelvas a decir que lo eres! ¡Has detenido a tu compañero!¡Me tienes maniatado en tu cochera! ¡Te has saltado todo el código ético! –le gritó molesto. –Yo me equivoqué... Te dejé hacer lo que querías para salvar a Claudia ¿y, así me lo pagas? Debí informar a mis superiores en aquel momento. Pero pensaba que una vez ella estuviera sana, entrarías en razón... –Sus ojos se clavaban en James como cuchillos. –Tú no puedes decidir esto solo, no puedes dejarlas campar a sus anchas por el planeta sin saber sus verdaderas intenciones. ¡Aunque salvasen a Claudia!¡ aunque salvasen a quien sea! La justicia es lo único que nos queda a los humanos; la justicia no pude ser evadida por tus intereses. Es nuestro deber informar y detener a la gente que puede poner en riesgo nuestro mundo ¡Debemos proteger a los civiles! –las palabras de Umberto eran certeras y la verdad que se alojaba en ellas era inevitable.

James daba vueltas pensando, reflexionando sobre sus actos, y sobre las posibles consecuencias. Pero había dado su palabra a aquellas mujeres extraterrestres. Les había prometido que podrían vivir en La Tierra tranquilas si salvaban a su hija y ellas habían cumplido su palabra.

–El deber y la honradez son palabras que parecen ir unidas... Pero a veces no se puede... –añadió compungido. –Yo no puedo traicionarlas, aunque sea mi deber.

–¡Irás a la cárcel, James! Y, tu mujer y tu hija, sufrirán las consecuencias, te perderán– exclamó enfadado.

–¡Prefiero eso que ver a mi hija morir lentamente!¡Prefiero sufrir yo esas consecuencias! –le gritó con amargura.

Amelia: La sociedad de las mujeres (Completada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora