33. El amor es cosa de dos

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Amelia miraba por la ventana de una pequeña cafetería del centro mientras fuera comenzaba a llover

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Amelia miraba por la ventana de una pequeña cafetería del centro mientras fuera comenzaba a llover. Aún le fascinaba la lluvia, pero en ese momento no estaba disfrutando del fenómeno climatológico, pues se sentía algo nerviosa mientras esperaba a que Harper volviera del aseo.

El olor del café humeante la reconfortaba y sus manos se calentaban envolviendo la taza. No sabía muy bien cómo iba a sacar el tema y pensaba la manera de hacerlo una vez Harper estuviera frente a ella.

–Dime ¿cómo te van las cosas? –le preguntó mientras se sentaba.

–Bien...– respondió Amelia con un atisbo de melancolía en la voz.

–Eso no es muy convincente...

–La verdad es que no– dijo riendo.

–Venga, cuéntamelo– cogió su taza de café y le dio un sorbo.

–Pues verás... no sé muy bien por dónde empezar...

–¿Es algo relacionado con Evan? –le preguntó levantando una ceja.

–Sí, no sé si lo sabes, pero... estamos saliendo– dijo con timidez.

–Jajaja, me lo esperaba, hacéis muy buena pareja– le dijo con aquella fantástica sonrisa.

–Gracias... La verdad es que necesitaba hablar de un asunto con alguien y, bueno, esperaba que me pudieses aconsejar– Amelia sintió que se le sonrojaba la cara.

–Bueno, creo que puedo imaginármelo... pero dímelo tú –le dijo con picardía.

–Verás... es un poco personal, no sé si hago bien diciéndotelo, no nos conocemos mucho– dijo mirándola con pudor.

–¡Anda! ¡Qué tontería! No hay mejor manera de conocerse que empezar con temas personales. No te preocupes, todos tenemos problemas en nuestras relaciones...– tras decir esto, hizo una pausa con la mirada algo perdida, pero volvió rápidamente a la realidad. –Y, ¿qué es? Me muero de curiosidad...

–¿Trian te ha contado... de dónde vengo?

–Sí, lo sé todo y, te lo digo muy en serio, es alucinante –le dijo volviendo a sonreírle con aquella cara que tranquilizaba de solo verla. Su pálida piel, sumada al blanco de su pelo y el intenso azul de sus ojos, le otorgaban un aspecto casi celestial.

–Pues, como sabes... allí no hay hombres, así que...– A Amelia le costaba encontrar las palabras, aún se sentía cohibida al hablar de ciertos temas.

–Vamos, que eres virgen– apuntilló con naturalidad.

Amelia se quedó muda ante esa afirmación, que, aunque era totalmente correcta, la hacía sentirse algo avergonzada.

–No pasa nada, mujer, vamos a ver; ahora tienes novio, así que supongo que te está costando decidirte a hacer ciertas cosas, ¿te sientes presionada? –le preguntó con empatía.

Amelia: La sociedad de las mujeres (Completada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora