21. Buenos días

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Un nuevo día había llegado y la luz del amanecer entraba sin reparos por la pequeña ventana del abarrotado despacho

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Un nuevo día había llegado y la luz del amanecer entraba sin reparos por la pequeña ventana del abarrotado despacho. Evan miraba como esa suave luz brillaba creaba bonitos tonos color sepia sobre el cuerpo de aquella hermosa mujer que había venido del espacio y que, ahora, dormía profundamente a su lado.

Con la cabeza aún apoyada sobre su brazo, dejaba caer su largo cabello por la almohada y éste se enredaba por todas partes formando preciosas ondas. Estaba claro que la amaba y ese sentimiento se le agarró a las entrañas mientras seguía disfrutando de la vista de su dulce rostro dormido. Largas pestañas rubias adornaban sus párpados cerrados y sus labios entreabiertos, dejaban salir el aire lentamente, mientras respiraba con tranquilidad. No podía dejar de observarla y una sensación de desazón se le clavó en la boca del estómago al pensar que quizás no la volvería a ver.

Mientras la miraba preocupado, un mechón de pelo se le resbaló hacia su cara y él se lo peinó dulcemente hacia atrás. En ese momento, ella abrió los ojos despacio mirándole aún medio dormida. Sus ojos se encontraron entre el sueño y la vigila, haciendo que ella sonriese dulcemente, sin embrago, poco duró ese momento, en cuanto ella se dio cuenta de la situación, se levantó con rapidez acabando con la esperanza de Evan de alargar ese instante para siempre.

Evan y Amelia se daban los buenos días torpemente. Mientras, abajo, Selena sentía una ira que estaba a punto de desbordarse. Sentada en el sofá del salón, esperaba ver a su hija aparecer para poder echarle un buen sermón. Rena, algo divertida por la situación, trataba de tranquilizar sin mucho éxito a su hija.

–Tranquila, ya es mayorcita. No puedes decirle nada, lo sabes... –le dijo con una sonrisa que trataba de disimular.

–No entiendo porque te parece bien esto, –le reprochó clavándole la mirada– anoche me detuviste cuando quise ir a por ella... es que no sé porque te hice caso– bufó airada.

–Porque sabes que tengo razón... ella te ha perdonado, ¿no? Además, ¿no le dijiste que hiciera su vida aquí en La Tierra? Ahora no puedes inmiscuirte, hija, no puedes... –le dijo con voz comprensiva.

Selena se mordía la uñas nerviosa, llevaba años sin hacerlo, pero ahora parecía que se iba a arrancar un dedo de un momento a otro.

–¡Para de hacer eso! Actúa como una adulta. –Le reprendió Rena con severidad mientras le daba un manotazo.

–Vale... –murmuró Selena, sintiéndose derrotada por su madre.

Por fin aparecieron ellos, que bajaban juntos las escaleras. Lo primero que vio Amelia fue la cara que tenía su madre y sintió terror, así que pasó de largo rápidamente diciendo que iba a por un café. El siguiente en sufrir la mirada de Selena fue Evan que, en ese momento, pensó que había perdido a la suegra para siempre. Rena se compadeció del muchacho, así que decidió echarle un cable.

–Ven, Evan, vamos a por un café también– le dijo con una sonrisa.

Él se fue tras Rena, sin poder dejar de sentir los ojos de odio que le seguían a su paso. Entró a la cocina como quien llega a la trinchera tras pasar por suelo enemigo y allí estaba Amelia mirándole con preocupación.

Amelia: La sociedad de las mujeres (Completada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora