Capitulo 50

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Sentí vagamente una sensación intensa y peculiar acercándose a mis piernas. Sentía tanto comezón como dolor, como si mis piernas fueran corroídas por miles de hormigas trepantes. Sin embargo, al mismo tiempo, se sentía similar a un crecimiento de piel y carne nuevas en mis huesos.

Inconscientemente quise estirarme y tocarlas, pero un par de garras palmeadas poderosas y húmedas presionaban mis dos brazos firmemente contra la coronilla de mi cabeza, junto con un objeto mojado y suave que lamía mi cuello. Muy pronto, sentí un dolor penetrante detrás de las orejas y alrededor de mis dedos. Era como si espinas me estuvieran atravesando la piel por la fuerza, o como un virus parasitario bregando por entrar.

Por el dolor, solté un alarido de mi garganta y abrí mis ​​párpados pesados.
Sobre la coronilla de mi cabeza, la luna llena estaba tan cerca que parecía que estaba al alcance de la mano, y bajo la luminiscencia del agua, parecía una canica de cristal rota y destrozada. Esto se debía a que mi distancia focal se encontraba desordenada y mi visión estaba muy dispersa, mi cabeza sintiéndose muy pesada. Me sentía extremadamente mareado, casi al punto de vomitar. Pude ver que la sombra que me estaba presionando era Agares, y cuando abrí la boca para llamarlo, no salió nada. A medida que la comezón comenzó a volverse cada vez más intensa, ello me obligó a bajar la mirada...

Dios mío, ¿qué acabo de ver?
Mis piernas estaban densamente cubiertas de escamas plateadas grisáceas que, a primera vista, parecían una cola de pez. Sin embargo, mis dos piernas todavía estaban ahí, aunque, adicionalmente, había dos capas palmeadas en forma de abanico que brotaron en mis pies, colgando en el agua con su gran longitud.

Con inquietud, levanté la vista para mirar a Agares, pero antes de que pudiera ver su expresión exacta, me desmayé una vez más.
La oscuridad se extendía por doquier, como si hubiera una espesa niebla en todas partes. En un instante, todo desapareció: sin luz de luna, sin mar y sin Agares. El dolor había desaparecido y mi cuerpo parecía hundirse más profundamente en el agua marina, pero estaba consciente de que me encontraba atrapado en una pesadilla.
Me esforcé por girarme y nadar hacia arriba, pero sentí un fuerte agarre en mis pies, arrastrándome hacia abajo, abajo, abajo...

De repente, mientras todo mi cuerpo se hundía, un destello de luz revoloteó instantáneamente ante mis ojos.
Descubrí que no sabía por qué me encontraba en un sereno pasillo de cristal oscuro. Un gran pez y una medusa translúcida flotaban junto a mí, rozando rastros moteados de agua y sombras. Parecían tan cerca hasta el punto en que se podrían tocar con solo estirar un brazo, ello haciéndolos parecer más reales en comparación con verlos a través de una pared de cristal transparente como antes.

Sentí vagamente que algo andaba mal, y con perplejidad, extendí la mano solo para toparme con una capa de cristal.
Pero no estaba entre el pez y yo, sino entre el pasillo y yo. Era como un delfín atrapado en un gran acuario que se usaba para la observación.

¡Oye! ¡Oye, qué ocurre! 

Grité, pero solo el suave sonido del agua corriente me replicó.
Maldita sea, ¿dónde estoy?
Empujé vigorosamente la barrera transparente que me separaba del mundo exterior, pero sentí su resiliencia. Sintiéndome un poco atónito, me giré para mirar mis alrededores y, de repente, por el reflejo del cristal, vislumbré un par de pupilas oscuras y sombrías.

¡Es Agares! Con mi propensión instintiva, me incliné cerca de la pared de cristal. Sin embargo, lo que vi ante mis ojos me dejó totalmente estupefacto.

Agares usaba una gabardina negra. La larga cola de pez en la parte inferior de su cuerpo se había desvanecido asombrosamente sin dejar rastro, reemplazada por un par de piernas delgadas con pantalones de cuero. A través del reflejo en el cristal, vi mi apariencia al instante.

Las Aventuras De Una Sirena Caliente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora