1.4

2.2K 118 1
                                    

Abrí el paquete de galletas y comencé a comer lentamente, disfrutando de cada bocado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Abrí el paquete de galletas y comencé a comer lentamente, disfrutando de cada bocado. A mi lado, Sebastián bebía de una lata de jugo, ambos ocultos tras nuestros lentes de sol. El silencio entre nosotros no era ni remotamente cómodo.

—Que quede claro —dije finalmente, rompiendo la tensión—. Solo te estoy hablando porque Mía me lo pidió.

—Lo sé —respondió Sebastián, sin quitarme la vista de encima—. Sé que no te caigo bien... pero haré que me aceptes en tu familia, te lo aseguro.

Lo miré por un segundo, evaluándolo.

—No lo veo posible. Solo no hago nada porque quiero ver a Mía feliz. Si no fuera por eso, ya te habría lanzado desde el edificio.

Sebastián no contestó, pero su mirada reflejaba una determinación que, aunque no me gustaba admitirlo, respetaba. En ese momento, la voz de Dom interrumpió nuestra conversación.

—Repasemos los detalles —dijo Dom, acercándose junto a Brian.

—Necesitamos un camaleón —añadió Sebastián, retomando el plan—. Alguien que pueda mezclarse en cualquier lugar, sin que lo noten.

El nombre de Han cruzó por mi mente de inmediato. Él era perfecto para ese rol, mi amigo de toda la vida, el tipo que sabía cómo desaparecer en la multitud.

—Y un hablador —añadió Dom—. Alguien que pueda mentir con facilidad y salir de cualquier situación.

Brian sonrió, ese tipo de sonrisa que siempre escondía algo.

—Ya lo tengo —dijo, dándole un sorbo a su bebida.

Sebastián nos miró uno por uno, evaluando las opciones.

—Reyes tendrá seguridad. Mucha. Necesitamos un experto en circuitos —añadió, y todos asintieron.

—Y con esos circuitos, habrá muros —intervino Mía desde el fondo—. Necesitamos gente que pueda atravesarlos.

Pensé en Leo y Santos, el dúo dinámico que también eran mis grandes amigos. Eran los indicados para eso, los que siempre encontraban la forma de burlar cualquier barrera, física o electrónica.

—¿Algo más? —pregunté, apartando mi rostro de los rayos del sol que nos bañaban.

—Herramientas —añadió Sebastián—. Y armas. Alguien que no tenga miedo de pelear, y que pueda cubrirnos las espaldas.

—Si no les molesta, yo puedo encargarme de las herramientas —dijo Sebastián, lo que me hizo levantar una ceja y mirarlo directamente.

Rapidos y furiosos: Una historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora