19 - E M B O S C A D A

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Oscuridad. Una oscuridad espesa lo rodea. No logra ver nada más allá de sus propias manos a pesar de que está caminando. Comienza a percibir sonidos, suaves, lejanos. Un eco lleno de murmullos que no puede indicarle dónde está. Mira hacia arriba y distingue el cielo nocturno con algunas estrellas tímidas iluminándolo. Cuando baja la vista de nuevo, se encuentra en medio de una calle tranquila. Hay autos alrededor y casas con luces encendidas adentro. Continúa caminando mientras busca alguna señal que le indique dónde está.

En un parpadeo, está rodeado de policías. Las sirenas son estridentes y le impiden comprender lo que le están gritando. Sus voces se enciman sobre otras, hay un helicóptero en el cielo que lo señala con una intensa luz blanca. El viento es helado, su cuerpo está herido y puede saborear la sangre en su boca. No es su cuerpo. Lo sabe al mirar sus manos y su ropa. Dos dardos se incrustan en su pecho y, mientras sigue el trayecto de los alambres de metal que conducen hasta el arma, recibe la primera descarga eléctrica. Tres pares más de dardos llegan a su cuerpo y la electricidad lo recorre de arriba abajo como el agua en un río. Su cuerpo se sacude con violencia. Justo antes de caer, logra distinguir en el reflejo de un auto, el cabello morado y los ojos color dorado.

Despierta de nuevo en una habitación blanca. El cuello le arde y sus dedos recogen los restos de sangre que alguna herida acaba de dejarle. Es un cuarto pequeño, suficiente para que se levante a un lado de la cama y camine hacia la pesada puerta de metal sellada por completo. No hay ni una sola ventana o reja que le permita ver el exterior. Se siente mareado, adormecido. Su cuerpo es un pesado bloque con el que debe cargar al moverse.

Un parpadeo y la imagen cambia. Está atado a una camilla y lo conducen velozmente por largos pasillos de luces amarillas. No puede mover ni siquiera la cabeza, así que no logra distinguir nada a su alrededor. Entra a lo que parece ser un laboratorio. Hay tubos con líquidos extraños, huele a sangre y medicina. Puede sentir el terror llenándolo por completo. La luz sobre él es deslumbrante, tanto que lastima sus ojos, pero no puede desviar la mirada. Cerrar los párpados no parece ser una opción porque al hacerlo los mareos lo invaden con fuerza.

Alguien se acerca. El rostro es imposible de distinguir. Solo puede ver el bisturí que sostiene en una mano enguantada. Aterrado observa el camino hasta su piel y la forma en que abre su brazo de forma vertical. Lo invade el dolor ardiente que se extiende con la cuchilla. El mismo sujeto introduce unas pinzas que se aseguran de mantener su piel abierta. El aire acaricia sus nervios y todo es dolor. Es terrible, es intenso e insoportable. Quiere gritar. Quiere pedir ayuda, solo quiere salir de esa pesadilla...

—¡Nathaniel!

Nathaniel despierta por fin. Lo primero que ve es el rostro aterrado de Matthew sobre él. Después identifica sus manos sosteniéndolo de los hombros contra el colchón. Su ropa empapada de sudor, la habitación de su casa. Está a salvo.

—Estoy bien —dice con voz ronca.

—No, no estás bien. ¿Qué demonios fue eso?

Nat se incorpora en la cama de forma lenta. Matt retrocede, pero no se aleja demasiado. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que Niel tuvo esa clase de visiones e incluso en ese entonces, no fueron tan agresivas como esta ocasión. Nathaniel no dejaba de sacudirse, su cuerpo se tensaba y podía ver el dolor en cada una de sus facciones.

—Están experimentando.

—¿Quién?

—Reabrieron el centro. Están llevando hechiceros ahí. Yo... no sé quién es. No sé quién se conectó a mi mente, debe ser alguien muy poderoso si logró encontrarme. Lo vi todo, vi como se lo llevaron y vi... la forma en que lo torturaban. —Nat se sujeta el brazo de forma inconsciente, aún tiene las imágenes frescas en su mente.

[Libro 3] QuatervoisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora