22 - E X P E R I M E N T O

4 3 0
                                    

Lo despertaron los gritos. Gritos que resonaron entre los pasillos hace casi dos horas, aunque Jared no tiene conocimiento del tiempo que ha pasado pegado a la puerta de metal, esperando escuchar algún otro sonido. Solo estaba dormitando, como siempre pasa desde que llegó a ese lugar, hasta que una serie de gritos llenaron el silencio. Nunca había escuchado gritos así, ni siquiera en la masacre de hace seis años. Después de un tiempo, todo volvió a quedarse sumido en el silencio, pero él no podía volver a dormir. Con lentitud regresa hasta el borde de su viejo colchón y se queda mirando hacia la pared, o al menos hacia donde cree que está la pared, porque la oscuridad es tan espesa que no puede ni ver ni siquiera sus propias manos.

Red no sabe cuánto tiempo lleva encerrado en ese lugar porque no hay nada que le indique el día o la hora. El sol siempre está alumbrando los cristales cuando lo llevan a las únicas dos comidas que tiene al día. Nada es sustancioso o de buen sabor así que siempre se siente débil. No puede dormir porque está alerta ante el menor sonido que pueda provenir del exterior. Aún no han comenzado a experimentar con él, pero tiene el presentimiento de que lo harán pronto. La herida de su cuello parece haber sanado correctamente y eso solo significa que han pasado al menos un par de semanas.

Es una rutina diferente. Pasa la mayor parte del tiempo encerrado en esa habitación y es un milagro que no se haya vuelto loco. Sabe que lo hará en algún momento y quizá es lo mejor, porque ahí, en un cuarto sin ventanas, con paredes blancas y un silencio sepulcral, es tan fácil perderse en sus pensamientos y recuerdos. Es tan sencillo preguntarse cómo estará Anthony, si sabrá ya que Red es un hechicero, si lo odiará, si se preguntará dónde está. Es tan fácil recordar los buenos momentos con sus amigos, con esos amigos que él nunca consideró como unos porque no era un humano. Nunca pensó que los extrañaría porque siempre se dijo que le daban igual, que ellos no eran nada. Qué equivocado estaba.

Sus pensamientos se interrumpen cuando unos pares de zapatos hacen eco en el pasillo mientras caminan apresuradamente. El eco no le permite diferenciar cuántos son, pero si logra distinguir el sonido de ruedas marcando su camino por el pasillo. Su corazón comienza a martillear con fuerza y la sangre de su cuerpo se mueve apresurada como parte de ese viejo instinto de supervivencia, preparándose para luchar. Casi contiene la respiración cuando los pasos se detienen frente a su puerta. Es el momento. Sabe que ha llegado su turno.

El seguro de la puerta se mueve con un ruidoso click y el metal llena todo de su chirrido mientras la puerta se abre. Son cuatro de esos oficiales con cascos oscuros que nunca hablan, nunca hacen nada más que pararse en las esquinas como robots. Uno de ellos entra y lo sujeta del brazo jalándolo con brusquedad. El primer pensamiento de Jared es resistirse, golpearlos y escapar, pero su cuerpo está débil y el veneno lo hace sentir mareado todo el tiempo. No llegará lejos y lo único que logrará será recibir una paliza antes de su experimento. Así que no le queda otra más que dejarse subir a la camilla blanca a un lado de su puerta. Los hombres le encadenan los tobillos y las muñecas a los extremos y lo llevan por el pasillo.

Red cierra los ojos un momento, cuando se dirigen al área de experimentos. No sabe qué es lo que van a hacerle y por un instante vuelve a ser ese niño escondido en la casa del árbol, observando cómo los científicos se llevan a su familia.

Entran a un cuarto muy grande con azulejos marrón y paredes grises. Hay enormes lámparas blancas en el techo que le lastiman los ojos, obligándolo a cerrarlos. Cuando logra abrirlos de nuevo, ya está en medio de la habitación. Hay muchas personas con batas blancas y otras pocas con ropa azul, como las que usan los cirujanos en el quirófano. Todos están usando mascarillas, sin embargo, así que Jared solo puede ver pares de ojos moviéndose de un lado para otro.

Una mujer vestida de azul le inmoviliza la cabeza con un apartado extraño, permitiéndole solo ver el techo y una parte de los costados. Hay gente de blanco que lo ve y hace anotaciones en tablillas grises que cargan en las manos. Le gustaría preguntar qué va a pasarle, pero otra persona le coloca algo en la boca, entre los dientes. Parece ser algo duro, algo para que pueda morder.

[Libro 3] QuatervoisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora