Capítulo 2

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—Buen día, señor —me saludó Paul

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—Buen día, señor —me saludó Paul.

—¿Hicieron lo que les pedí? —le pregunté sin más.

—Por supuesto, señor. Sígame. 

Con Paul entré al edificio ya un poco deteriorado, arruinado por los años y el abandono. Las paredes de concreto liso ya estaban algo cascadas y mohosas. Debido al clima la humedad apesta el lugar y además de eso crea charcos por todos lados a causa de las goteras. Pero no me importa el estado del lugar, así a cómo está me ha servido a la perfección hasta el momento.

Paul abrió una puerta dándome la pasada. Uno de mis hombres que ya estaba ahí adentro me saludó al igual que Paul lo había hecho.

—Pero por fin vienes ¿No?

Miré a Trevor que estaba recostado a la pared con aparente aburrimiento. Ignoré su comentario para posar mis ojos en el sujeto que se retorcía en la silla. Ahí en medio de la habitación, atado y amordazado estaba a quién había estado buscando por días. El miedo en su mirada y en el sudor que lo empapaba me brindó ese sentimiento de satisfacción único.

Disfrutaré tanto esto.

—¿Ya confesó? —le pregunté a Trevor.

—No. Asegura que no es culpable de tal acusación. Pero no lo sé... mi sexto sentido de mentiroso profesional me dice que cada palabra que dice es una gran mentira.

—Bien, pues más le vale confesar ahora. Yo no soy paciente. —dije dirigiéndome al sujeto.

Me quité mi abrigo y mi saco para luego enrollar mis mangas de manera cuidadosa hasta mis codos. Admiré todas las herramientas que estaban a mi disposición en la mesa, sin poder decidir cuál utilizaré. ¿Será que le arranco las uñas? ¿Los dientes? ¿Le abro la piel en los lugares más sensibles? ¿Lo golpeo hasta deformarlo? Dios, que difícil decisión. Todas me tientan.

Comenzaré por algo suave. Quiero divertirme y para divertirme tengo que hacer que esto perdure.

Me dirigí hacia el tipo, le quité la mordaza liberando su boca para que pudiera confesar libremente.

—Bien ¿Ahora hablarás?

—Le juro que yo no tuve nada que ver en el robo de ese cargamento, por favor —dijo casi al punto de llorar.

—Más te vale comenzar a decir la verdad. Sé que tú fuiste participe del robo de mi cargamento, pero aquí la verdadera pregunta es ¿Quién te ordenó robarlo?

—Yo no lo hice, lo juro.

Bien, no habló por las buenas, será por las malas. Que conste que le di una oportunidad para salir ileso de esto. Encendí el chispero, el naranja de la llama brilló ante sus ojos y comenzó a hiperventilar. Se removía en la silla otra vez, como si fuera posible liberarse de ahí. Acerqué la llama a su mano. El fuego alcanzó su piel arrancándole gritos ensordecedores. Rogaba que yo parara, repitiendo que él no lo había hecho. Pero sé que no resistirá tanto, sé que terminará quebrándose ante el dolor y revelará todo.

Obsesión LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora