La chica me observaba con suspicacia.
Entre sorprendida y confusa. Lo noté por la manera en las que sus cejas y nariz se arrugaron.
Y de inmediato supe que me había reconocido. Aunque solo nos hubiéramos cruzado escasos segundos.
Me esforcé por encontrar mi voz, carraspeo.
—Eh, perdona— me disculpé, con vergüenza.
Sentí incluso mis mejillas arder. «Dios, qué pensará de mí»
Reprimió una sonrisa, o lo intentó, porque las comisuras de sus labios se elevaron hacia arriba.
—Me despisté, no me dí cuenta de si era el baño de mujeres o hombres— seguí, fui honesto.
—Vale— se encogió de hombros—. No pasa nada.
Puso un mechón de cabello tras su oreja. Me perdí en ese simple acto.
Lo tenía corto, de color castaño. En su cara tenía varias pecas esparcidas por la nariz, sus ojos eran del mismo color de su cabello.
Era bonita, delgada, o eso era lo poco que me dejaba ver la ropa algo ancha que llevaba; una camiseta negra de alguna banda que no reconocí y unos vaqueros azules desgastados. Tenía un estilo urbano, a decir verdad; le quedaba genial.
Se removió incómoda. Rápidamente dejé de escanearla con la mirada. «¿Qué me pasa?»
Acomodó el gorrito de lana negro que llevaba en la cabeza.
Nos habíamos quedado en un silencio incómodo.
Pero era como si ninguno de los dos supiera qué decir. O inclusive; como si ninguno de los dos se quisiera mover.
—Oye— tras un rato, rompió el silencio—. ¿Estás bien?
Fue mi turno de moverme incómodo sobre mis pies. Asentí, despacio.
—Sí, lo estoy— mentí.
Después de todo, sigue siendo una desconocida.
Sin embargo, yo también le hice la pregunta:
—¿Tú estás bien?
Pareció desconcertada.
Sus cejas y nariz se arrugaron con mayor profundidad.
—¿Eh?
—Te he visto llorando— recordé.
Suavizó la expresión, convirtiéndola en un mohín, apartó la mirada de mí. A cualquier otro lado.
Jugueteó con sus dedos. Llevaba varios anillos en ellos, y demasiadas pulseras en su muñeca derecha. De todos los colores.
—Sí, no fue nada— se limitó a decir.
Dudaba que solo fuera nada, sospechaba que al igual que yo; escondía algo.
Pero no dije nada al respecto.
Un celular vibró, era el suyo. Lo sacó del bolsillo trasero de sus vaqueros y le echó una ojeada. Volvió a mirarme.
Me sonrió.
Avanzó unos pasos hacia la salida.
—Bueno, adiós chico desconocido— se despidió, y antes de que siguiera avanzando, interrumpí su camino:
—¿Cómo te llamas?
Permaneció de espaldas, me miró por encima del hombro.
—Me llamo Billy.
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Si las constelaciones fueran suficiente
Teen FictionA ambos les daba miedo mostrar quiénes eran realmente. A Billy, le aterraba ser juzgada y rechazada por todos. A Igor, le daba miedo enfrentar a los demonios de su pasado. Sin embargo, aveces simplemente podemos encontrar el refugio necesario en alg...