★4: El monstruo★

968 127 6
                                    


BILLY

Mi mano se sentía entumecida por el frío del cono que llevaba en ella. No aguantaba las punzadas que sentía, pasé el cono a mi otra mano, sintiendo como mi palma entumecida empezaba a sentirse normal, era un alivio.

Seguí caminando mientras rodeaba a las personas que se metían en mi camino. «Por cosas como esta es que odio los lugares llenos de gente».

Cuando llegué a la sala de juegos, me encaminé a la tarea de encontrar a Diego.

A los pocos minutos lo encontré, recostado en una pared mirando su celular.

Saqué mi celular y le hice una foto, para después mandársela junto con un mensaje.

Billy: Fiu, fiu, quien fuera tu celular para ser tocado por esas manos.

No reprimí mi sonrisa, para la poesía era una mierda, eso quedaba claro.

Vi como Diego empezaba a reír a carcajadas.

Diego: Soy como Jacob Elordi en versión zanahoria:)

Fue mi turno de reír a carcajadas, me acerqué a él. Cuando notó mi presencia su sonrisa de ensanchó.

Puse el helado entre mi cara, lo había pedido con ojitos, por lo que, el helado tenía una cara.

—¿Qué?— inquirió—. ¿Has pedido un helado para un niño de diez años?

Me hago la pensativa, posando un dedo debajo de mi barbilla.

—En realidad— respondo—. Es para uno de cuatro.

Me da un golpe en el hombre, juguetón.

—¿Me estás llamando infantil?— alza una ceja en mi dirección.

—Lo has dicho tú, no yo— me encojo de hombros.

Abre la boca con fingida indignación.

Suelto una risita.

Le extiendo el helado, para después añadir:—Es el helado de la paz, toma.

—Un muy feo helado de la paz eh, ¿por qué?— lo toma, llevándoselo a la boca de inmediato—. Uhm, está bueno.

—Helado es helado— paso el dedo, robándome un poco del contenido rosado, helado de fresa—. Sí está bueno.

—¡Oye!— se queja, alejando al cono de mí—. Es mío.

Ruedo los ojos.

Empezamos a caminar por el lugar.

—Es el helado de la paz por lo del trabajo— respondo a su pregunta de antes, hago un puchero mirándolo—. ¿Me perdonas?

—Claro, idiota— le propino un golpe en el brazo, ganándome una mala cara de su parte—. Tú también perdóname, no debí molestarme como lo hice, no es para tanto.

Pasa un brazo por encima de mi hombro, pegándome a él.

—Te quiero, caramelito— deposita un beso en mi coronilla.

—No me digas así, imbécil— mascullo.

Odio ese apodo, según él, me llama así por mi falta de "cariño" o "demostraciones de afecto".

Se ríe.

—Di que también me quieres.

—Te quiero, ahora, ¿me darás helado?

—Sabes que no— dice sereno, y sé que no miente, cuando se trata de helado un demonio se apodera de su cuerpo.

En momentos como estos, olvidaba por completo lo miserable que me hacía sentir mi propia madre.

Si las constelaciones fueran suficienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora