★7: Dudas★

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BILLY


Mis ojos se sentían pesados.

Los abrí lentamente, no pude evitar arrugar el entrecejo mientras mi vista volvía a cerrarse. La luz de alguna clase de lámpara dió directo en mi cara.

Tanta luz me daba fatiga en este momento.

—Uh— me quejé.

Volví a abrir los ojos, esta vez me esforcé en mantenerlos abiertos. O al menos, hasta que se adaptarán a la luz nuevamente.

Traté de alzar mi brazo, pero me detuve al sentir la intravenosa en él.

¿Dónde estoy?

Detallé el lugar.

Todas las paredes eran blancas, había un pequeño televisor en una esquina de la pared que estaba apagado. Las cortinas azules estaban corridas, frente a las ventanas.

El único ruido proveniente de esa habitación era el de mi respiración, y el de los pitidos agudos que emitían las máquinas a mi lado.

Estaba en el hospital.

Y entonces los recuerdos llegaron a mí, incrustandose como dagas en mi pecho.

«No soy tu madre.»

«Lo único que siento por ti; es odio.»

Cerré los ojos con fuerza, sentí el líquido caliente caer por mis mejillas.

Ma...Elena no es mi madre.

Ahora todo tenía sentido, todo el desprecio, todos los insultos y todo el odio vivido por su parte en mi vida. No era su hija, nunca me amaría.

Pero no lo entiendo.

¿Por qué me mintieron?

¿Acaso soy adoptada?

Pero lo que más me dolía, era que papá también me hubiera mentido.

¿Él tampoco era mi padre?

Las lágrimas seguían cayendo.

Sentía un dolor agudo en el pecho. Y sabía que no era nada físico, era en mi interior. Se sentía como traición.

Cómo si un maldito cuchillo hubiera sido enterrado en mi espalda.

Dolía, muchísimo.

La puerta de la habitación se abrió.

Era pa...Edgar.

Alcé la vista hacia el techo. No quería mirarlo, aunque eso equivalía a tener que observar nada en específico.

Sentí como la camilla se hundió a mi costado.

—Billy...— susurró.

Pasó su mano por mi cara, secando las lágrimas con delicadeza.

Aunque quisiera creer que lo odiaba, no podía, nunca podría. Lo amaba, y sabía cuánto él me amaba a mí.

«—¿Qué pasa, princesa?— el hombre le preguntó a la pequeña.

Ella estaba en una esquina de su habitación, abrazando sus rodillas, con las mejillas empapadas en lágrimas.

—Mamá no me quiere— sollozó—. Me odia.

—No te odia, Billy— acarició su mejilla.

La pequeña extendió sus brazos, su padre la cargó, depositando un beso en su cabeza.

La niña acunó su cabeza en su pecho. Abrazándolo con fuerza.

Si las constelaciones fueran suficienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora