Capítulo 8

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Era casi de noche, un típico viernes mientras terminaba los deberes de la universidad y sus labios se movían sutilmente tarareando una canción bastante ochentera de las que le gustaban a su mamá. Y la pantalla de su teléfono se encendió de pronto.

"Heeeeeyyyy!!!!" Con ver el primer mensaje, supo que definitivamente se trataba de Nikolai.

"Hola, buenas noches" respondió, simple pero cortés "¿Pasa algo?"

La pregunta de cómo carajos había conseguido su número de teléfono ahora no venía a cuentas, pero era muy probable que ese chico castaño se lo hubiera conseguido. O que quizás ese tal Sigma sacara sus habilidades de agente del FBI.

Ojalá que nadie tuviera el número de su madre tampoco, o ahí si se pondría paranoico. Nikolai le respondió un par de segundos después, enviando la foto de un recado escrito a mano donde podía leerse "Chupi, casa de Chuuya, mañana a las 10"

Lo meditó unos segundos, justo después de analizarlo le llegó otro mensaje.

"¿Vamos (づ ̄ ³ ̄)づ?".

Ay, dioses.

¿Una fiesta? ¿En casa de ese chico bajito y pelirrojo al que todo mundo conocía por su carácter de chihuahua y lenguaje de camionero? ¿Qué era un "chupi"? ¿Mañana a las 10? ¿De la noche o de la mañana? ¿Ir? ¿Él? ¿Él y Nikolai? ¿Nikolai y él?

Las manos le temblaron y tuvo que apagar el teléfono para dejarlo caer en su cama con un leve golpe en seco, obligándolo a hacerse bolita aún estando sentado en su silla. Estaba inquieto ahora, e ignorar la invitación para seguir terminando su trabajo probablemente sería de mal gusto.

Entonces bajó de su habitación a pasos apresurados, casi tan rápido que su madre supo identificar que había algo importante que tenía que saber. Escuchó la llave del fregadero siendo cerrada, y de inmediato corrió a la cocina sabiendo que ya tenía la atención de su progenitora.

Ella le miró y con mucha paciencia esperó a que dijera algo, al mismo tiempo que sus ojos se posaban en el piso y no se atrevía a preguntarle. Fyodor siempre fue alguien que jamás se atrevía a decir que quería algo a no ser que fuera excesivamente necesario, desde pequeño aprendió a hacer todo por cuenta propia.

Justo por ello, los trabajos en equipo nunca se le dieron bien. Por lo que, su madre, resopló divertida y lanzó una risita traviesa al aire, caminando despacio hasta su hijo.

— ¿Qué pasó, cariño?– preguntó, Fyodor se sintió aliviado de escucharla tan tranquila — ¿Hay algún problema?

— Q-Qu... quie... q-quiero ir a...

— Mi amor, no tienes que asustarte de pedirme cosas, ya lo sabes– le recordó tomando su mejilla suavemente, haciendo que levantara la mirada de suelo y la viera a los ojos — Ya pasamos por eso, no te asustes, nadie te hará nada por pedir algo

El menor se derritió ante su tacto y sonrisa tan cálidos, así que se animó a abrazarla y esconderse en su pecho, como si todavía fuese el niño que le pedía un abrazo cada que tenía una pesadilla por las noches. Su madre comprendió y le correspondió el abrazo, dejando un beso en su frente con ternura.

Ella lo sabía de sobras, no sería fácil traer de regreso esa confianza que su hijo necesitaba a esta edad. Pero, lo entendió, y no quiso seguir recordando cosas que no venían al caso.

— Quiero ir a una fiesta mañana, es a las 10– susurró por fin, casi tan imperceptible que de no ser por el gran oído de la mayor, no se habría ni dado cuenta de que habló — ¿Puedo?

Háblame // FyolaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora