Capítulo 12

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La mañana del día siguiente es oscura, nubarrones cubren la salida del sol y llenan el ambiente con una lúgubre atmósfera que parece reflejar las emociones de Eret, quien lloró hasta caer dormido y ahora se encuentra con una expresión ausente, con...

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La mañana del día siguiente es oscura, nubarrones cubren la salida del sol y llenan el ambiente con una lúgubre atmósfera que parece reflejar las emociones de Eret, quien lloró hasta caer dormido y ahora se encuentra con una expresión ausente, con sus ojos pálidos fijos en el vacío.

Se ha mantenido lejos de los niños, recluido en la biblioteca y acurrucado en el pecho de Xure, negándose a ser visto por alguien más que no sea él. Xure siente su pena y no le queda de otra más que consolarlo en su momento más bajo.

Muy a pesar de que el purasangre no posea casta ha formado un lazo con los niños, tan fuerte como lo formaría cualquier omega con su manada. Que se vayan se siente como si le arrebataran a sus hijos, por más egoísta que sea el querer que se queden no se siente listo para despedirse, una parte de sí se cree incapaz de verlos partir, sin ninguna esperanza de volver a verlos.

Xure lo abraza en un intento por mantenerlo unido y que no se desmorone, buscando brindarle confort mientras le tararea la canción de cuna que alguna vez su madre le cantó a él. Parece funcionar pues el joven en sus brazos vuelve a dormirse.

Fuera de la biblioteca Zinger le encargó a Ángel la tarea de dar la noticia a los niños durante el desayuno, no se creía en condiciones de hacerlo él mismo así que confió en la simpatía del muchacho para hacerlo, siendo quien se encarga de los infantes cuando Eret se halla ocupado con sus labores. Al darles la noticia de que la trabajadora social vendría por la tarde Lemus y Theo se lo tomaron con emoción, correteando hacia las escaleras para ir a empacar sus cosas tan rápido como les fuera posible, seguidos por un Aritz menos entusiasta que avanzaba lentamente hacia su dormitorio.

Aunque le duela sabe que esto pasaría eventualmente, los últimos diez meses habían sido largos, se había encariñado de ellos al igual que todos en las manada, se atreve a decir que hasta Xure les ha tomado cierto aprecio.

Y también sabe que la emoción de Theo y Lemus se debe a que ellos han ido de manada en manada toda su vida, no puede culpar los de sentirse ansiosos, la estancia más larga que han tenido ha sido con él, pero eso no eclipsa la esperanza de encontrar un lugar al cual permanecer de lleno, aunque le hubiese gustado estar ahí para verlos crecer, pero eso ya escapaba de su control.

Luego de pasar la mañana empacando sus cosas los niños salieron a jugar al patio frontal junto con Mercury, que por primera vez se transformó en su parte animal frente a los infantes, alegando que sólo lo haría por ser su último día con los niños. Estos celebraron asombrados; admirando al gran lobo de ojos cafés que se presentó frente a ellos, el pequeño Theo corrió a su alrededor, siendo un cachorro enérgico y juguetón que trataba de morder su cola, en cambio Lemus se limitó a acariciar el pelaje claro de su cuello que aparentaba ser una melena, bastante similar a la de un León, un rasgo que parecía venir de sus raíces en la tribu de los leones.

Pero mientras ellos se entretenían dentro de sus juegos, rodando por el césped húmedo y recién podado, el pequeño Aritz miraba desde las escalinatas, con sus grandes ojos oscuros perdidos en el panorama.

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