SOMBRAS DEL PASADO (1)

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—¡Jiho, hijo mío! ¡Jiho! 

Sora vio el humo que se elevaba en una enorme columna oscura. Frente a sus ojos, la casa que albergaba a su hijo dormido en su cuna, rugía en fuego, como un sol encendido. La joven mujer intento correr hacia las flamantes llamas; pero unos brazos fuertes la detuvieron.

—Déjalo, Sora. Ahora ya no podemos hacer nada. —la voz de Jinwoo, sonó tras su oído, pero Sora no quiso escucharlo, intentó liberarse arañando desesperadamente los brazos que la sostenían, pero todo fue en vano.

—¡Es mi hijo! —chilló— ¡Tengo que salvarlo!

Nadie pudo salvarlo.

El día que enterraron al primogénito del joven matrimonio Park, el cielo estaba oscuro y airado, un trueno distante retumbo en el silencio de la ceremonia, donde solo un viejo sacerdote predicaba la palabra de Dios. 

—El pequeño Jiho se ha ido a un lugar mejor. Dios, nuestro padre, lo ha llamado junto a él y lo ha acogido en su regazo, allí su alma inocente descansa en paz. 

Sora, escondió sus lagrimas desgarradoras bajo su velo negro, muriendo con cada segundo transcurrido en su dolor. Jinwoo, ocultando su dolor en una expresión estoica, apresó la delgada mano de su esposa, transmitiéndole consuelo.

Cuando comenzaron a caer gotas de lluvia y el trueno se acercaba cada vez más, el ataúd de Jiho fue descendiendo en su tumba.

Con el cuerpo débil, a punto de desfallecer, Sora tomó un puñado de tierra y la dejo caer sobre el ataúd blanco, con el intenso deseo saltar en la fosa y cubrirse de tierra ella misma. Ansiaba aislarse del mundo, aislarse de su realidad, aislarse de su dolor. Pero tenía que seguir, mantenerse fuerte por el feto recién descubierto que crecía en su vientre.

Lloró. Lloró la perdida de su hijo, lloró durante el largo y triste invierno, lloró durante la colorida primavera, y un día aciago, el primero del verano, justo cuando cumplió los seis meses de embarazo, el dolor punzante en su bajo vientre mancho de carmin sus sabanas blancas. 

Inmóvil, con la vista fija en las ventanas abiertas del hospital. Sora no lloró. Para ese segundo hijo perdido, ya no le quedaban lagrimas. Su corazón estaba seco, estéril. Su lamento era como un grito en el desierto; un desierto interior ausente de vida. El mundo se había vuelto gris ante sus ojos, un gris sin esperanzas. 

Los días posteriores al trágico suceso, encerrada en su habitación, sentada frente a la ventana, Sora no se movía, ni acusaba la presencia de terceros. Parecía una muñeca, fría y gris en la penumbra de un ocaso lento. Jinwoo intentó encontrar en el ente que era su esposa, a la mujer que amaba, pero cada acción o palabra dirigida, era solo un intento fallido.

Fue durante los últimos días de verano, cuando Jinwoo ingreso a la estancia temporal que ocupaba Sora, que la encontró bañada, arreglada y luciendo un vestido de flores. Jinwoo creyó volverse loco, aquella hermosa mujer que amo, estaba frente a él, sonriéndole con sus hermosos labios carmín y sus ojos de miel brillante.

—Cariño... —susurró el mayor, temeroso de continuar, como si un mínimo movimiento suyo amenazara en disipar la ilusión frente a sus ojos. 

—¿Por qué no te acercas? Extraño mis besos de buenos días.

A pasos lentos, Jinwoo se acercó a la grácil figura que lo esperaba con los brazos abiertos. Era su voz, su calidez y su perfume. Ella era real. 

Como un mendigo sediento de su amor, Jinwoo la apreso en sus brazos y bebió el néctar de sus labios. Estaba donde pertenecía, junto al amor de su vida y nada más importaba.

Después del caluroso beso compartido, Sora apoyo su rostro en el hombro de su esposo y su rostro dulce se desfiguro en uno sombrío. Su duelo y depresión, mataron a la frágil mujer de su pasado, convirtiéndola en una mujer distinta. En su corazón ya no existía amor, solo rencores francos y el odio que acrecentaba las sombras de su alma.

EL LLANTO DEL COLIBRI (Namjin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora