george

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Aterricé en Mónaco anoche, y desde entonces todo ha sido una maldita pesadilla de la que no puedo escapar. No he hablado con Daisy en una semana, aunque, sinceramente, se siente mucho más. La vi en las historias de Charles, Pierre e incluso en las de Lando. Parecía estar pasándola genial, sonriendo, disfrutando de la vida como si todo estuviera bien. Jodidamente bien. Y aquí estoy yo, destrozado, llorando por ella como un idiota.

Esta noche hay una fiesta en uno de esos bares privados a los que siempre vamos cuando estamos aquí. Decidí ir, aunque solo fuera por despejarme, tal vez tomarme un par de copas y olvidar por un rato lo que está pasando. Pero, si soy honesto, la verdadera razón es que tengo la esperanza de que Daisy no esté ahí. No sé si podría verla ahora, con esa sonrisa suya que me rompe en mil pedazos cada vez que la imagino.

Cuando llego, todo está en calma por fuera, la fachada del bar da la impresión de que está cerrado o que apenas hay actividad, pero tan pronto como me abren la puerta, las luces y la música me golpean como una bofetada.

—¡Georgie! —escucho que alguien grita sobre la música.

Levanto la vista y veo a Lando tropezándose hacia mí. Me abraza, tambaleándose, arrastrando las palabras con la evidente borrachera que lleva encima.

—Te he extrañado tanto, mi amigo —dice con una sonrisa amplia— ¿Sabes quién vino? ¡Daisy!

Mi cuerpo se tensa al escuchar su nombre. No puedo evitarlo. Solo oírla me provoca una mezcla de ansiedad y desesperación. Y aquí está Lando, borracho, diciendo lo que menos quiero escuchar en este momento.

—Lando, ¿cuánto tomaste? —pregunto, intentando mantener la compostura y reírme un poco de él, aunque mi mente ya está en otra parte, buscando a Daisy.

—No lo suficiente aún. Debo irme, se supone que soy el DJ —dice mientras se aleja, tambaleándose por la pista.

Lo observo alejarse, pero mi mente ya no está con él. No importa cuántas veces intente convencerme de que verla no será tan malo, mi corazón late como loco en mi pecho. Siento el peso de todo el maldito bar sobre mis hombros. Busco entre la multitud algún rostro conocido, pero en lugar de encontrar consuelo, lo primero que veo es a Lorenzo. Por supuesto que está aquí. Por supuesto que él también forma parte de esta pesadilla.

A unos metros de donde estoy, la veo. Daisy. Gritando desenfrenada una canción junto a Charlotte, completamente ajena a todo, completamente despreocupada. Su risa resuena por encima de la música, y aunque intento no mirar demasiado, no puedo evitar sentir esa mezcla de dolor y deseo en el estómago. Me ha tenido hecho mierda toda la semana, mientras ella parece estar perfectamente bien, disfrutando de la vida como si nada hubiera pasado. Me digo a mí mismo que no debería estar aquí, pero algo en mi interior me obliga a quedarme, a observar, como si ver a Daisy fuera lo único que me mantuviera conectado a la realidad.

Me acerco al grupo de Carlos, Daniel, Pierre y Esteban. Solo necesito distracción, algo que me haga olvidar, aunque sea por un rato, cómo se siente tenerla tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

Cuando estoy lo suficientemente cerca, comienzan a gritar hacia mí.

—Tú estás demasiado sobrio, George —dice Esteban, y después empieza a hablarme en francés, aunque, sinceramente, no estoy prestando mucha atención a las palabras. Solo estoy aquí físicamente, mi mente sigue con Daisy.

—Vamos por unos chupitos para ti —dice Daniel, guiándome hasta la barra.

Miro a mi alrededor. Todos parecen estar ebrios esta noche. ¿Soy el único que no puede desconectar? ¿El único atrapado en su propia cabeza?

—Si digo algo que quiero decir, ¿prometes no golpearme? —pregunta Daniel, una sonrisa juguetona en su rostro. Asiento, más por inercia que por convicción, y tomo el primer shot que me pasa— Daisy se ve especialmente caliente hoy.

seven | ɢᴇᴏʀɢᴇ ʀᴜꜱꜱᴇʟʟDonde viven las historias. Descúbrelo ahora