Capítulo 11

1.5K 129 2
                                    

Charles

Escuchar a Max llamar a su madre me dejó tenso, pero no tanto como a él. No puedo ver su rostro, pero lo notaba paralizado y sus puños se mantuvieron cerrados con tal fuerza que se le marcan los músculos en sus brazos. Cuando desabroché mi cinturón, Sophie al fin habló.

—Max, dime qué está sucediendo.

—Mamá yo... —lo sentí respirar más agitado, por lo que simplemente salí de mi auto en su dirección.

—Max —llamo cuando llego a su lado y miro preocupado su rostro aturdido —. Max háblame.

Quería tocarlo, abrazarlo, hacerle saber que me tenía más allá de las palabras, pero sabía que empeoraría las cosas. Él aún permanecía paralizado frente a su madre en completa consternación. Debía actuar antes de que alguno de los dos se rompa.

—Max no puedes conducir así —sujeto su brazo y mi corazón se contrae al notar como sigue mi guía. Dirijo mi mirada a su madre con la intención de que el mensaje llegue a ambos —. Te llevaré a tu casa así puedes tranquilizarte en el camino.

—Pero mi auto...

—Nadie lo tocará aquí, quédate tranquilo.

Lo subí a mi Ferrari sin que ofrezca resistencia y, cuando me acerqué al volante, asentí en dirección a Sophie, quien nos seguía viendo con la boca abierta. No esperé a que dijera o hiciera algo y simplemente cerré la puerta de mi auto, lo puse en marcha y salí del garaje.

—Max, necesito que me pongas la dirección de tu casa en el GPS —pido. Su falta de respuesta me angustia, sólo saca su celular para hacer lo que le indiqué.

Pasaron minutos y él seguía callado. Sus ojos estaban enfocados en la ventana mientras avanzábamos en la ruta, por lo que detuve mi auto en una salida al costado. Era un riesgo porque mi Ferrari plateado podría ser llamativo y los vidrios no tenían protección para ocultarnos de algún curioso que quisieran mirar, pero no me importaba. Pese a que apagué el motor, en ningún momento miro en mi dirección pero me dio la posibilidad de estudiar su perfil. Sus ojos se encontraban brillosos y el alrededor de sus ojos estaban rojos. Parecían que había llorado por un rato, cosa que no fue así.

—Quiero que me escuches...

—Se lo iba a decir hoy —me corta mientras sorbe parpadeando cada vez más rápido —. Se lo iba a decir porque iba a estar de buen humor por mi victoria. Hasta sabía qué decirle, pero no pude —me mira por primera vez desde que salimos de Spa Francochamps y mi corazón se rompió al ver caer una lágrima de uno de sus ojos —. ¿Y si me rechaza?

—No digas eso, Max. Te lastimas solo.

—¿Viste su rostro? Parecía horrorizada. Parecía asqueada —su respiración se agita para dar inicio a un inevitable llanto —. No sé que haré si mi mamá se aleja de mí. No puede, no ella también.

No le di una respuesta verbal, lo sujeté de sus hombros y lo arrastré hacia mí para contenerlo en mis brazos.

Hace más de diez años conozco a Max Verstappen, el piloto estrella de cada categoría que pisó. Lo vi ganar y también perder. Lo vi enojarse y reírse. Lo vi de muchas formas, pero jamás llorando. Y no sabía como lidiar con este Max Verstappen, por lo que él ofrecerle mi hombro para que llore mientras lo abrazo me parece en plan excelente que parecía funcionar. La forma en la que se aferraba a mi polo de mi escudería me confirmaba su desesperación. Estuvimos así hasta que lo sentí calmarse.

Su respiración fue más regular y la fuerza de su agarre disminuyó, poniendo una de sus manos en mi cintura y la otra serpenteando por mi pecho hasta llegar a mi cabello, donde enredó sus dedos. Su cabeza se levantó hasta que nuestras narices se rozaron. Sus ojos se fijaron en los míos por unos segundo hasta que se decidió a besarme.

Que Sea Un SecretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora