Capítulo 3

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Ian.


Añado el silenciador en el arma que tengo en la mano y pongo un pie fuera del auto con Abel y un hombre más siguiendome. Sabía que poner una puta alarma en el gimnasio, serviría de algo y no me equivoqué

En cuanto el botón rojo saltó en el reloj de Abel, me avisó que Dedrick estaba en peligro y no dudé en salir del departamento ahorrandome las explicaciones hacia mi padre. No tenía tiempo y aún no lo tengo.

—Detrás de mí. — declara Abel y ve que no le hago caso. —Mientras sea tu cuidador, te quedas detrás de mí y si no piensas seguir mis órdenes, despídeme.

Lo maldigo en voz baja y al final termino acatando lo que dice poniéndome detrás de él y siguiendo las indicaciones antes de entrar por la puerta principal del gimnasio del viejo.

Los vidrios crujen bajo mis pies debido a que uno de los ventanales está roto. No hay luces encendidas y el día con neblina no ayuda a que podamos ver con claridad, así que hago lo puedo siguiendo a Abel. Nos deslizamos por el lado izquierdo que da a los baños.

El hombre que está con nosotros revisa y niega indicando que está limpio. Con el dedo en el gatillo continuamos hasta rodear uno de los rings, pero el grito de Abel me pone en alerta al momento de llevarme contra el piso.

Los disparos se hacen presentes acabando con los cuadros que estaban en la pared y el concreto. Me pego a la lona intento ver por encima, pero no logro mucho ya que las balas no paran y poner en pie es una muerte segura.

—Tenemos que cruzar, es la única manera de rodearlos y acabarlos. —le digo al pelinegro. —¡Cúbreme!

Lo hace y cruzo hacia el segundo ring al momento que los disparos me siguen. Continúo hasta rodear la parte izquierda y sonrío al tener a uno de espaldas en la mira, mi arma va directo a sus piernas con dos disparos y el tercero se clava en su nuca, dándome cuenta que le atravieso el casco táctico que trae.

Eso llama la atención de sus amigos y a tiempo Abel también dispara quitando a otro del camino. No sé cuántos son ni dónde está Dedrick, pero tampoco me dan tiempo de pensar, ya que aparecen más obligándome a retroceder cuando quiero correr hacia los vestidores.

—¡Ríndete, Ian Meyer!

Exclaman desde el otro lado, pero no logro reconocer la voz y tampoco es algo que me interese ahora. Saco un nuevo cartucho del bolsillo y lo ensarto en la recarga mientras respondo:

—¡Si conoces mi apellido, sabrás que no está en mi sangre rendirme! —alzo la voz. —¡Soy un Meyer y nunca nos cansamos de joder!

Me pongo de pie sin pensarlo mucho disparando sin parar hasta cruzar y quedarme entre el muro que está justo frente a los vestidores. Las balas rozan la pared provocando que ladee la cabeza para evitar que el concreto me golpee de lleno en el rostro.

No veo a Abel, pero sé que está bien, porque aún escucho el intercambio de balas, así que me deslizo hacia abajo arrojando el cartucho vacío como un señuelo, en cuanto lo hago, las bañar van directo a el y me impulso con mis pies para cruzar al mismo tiempo que disparo hacia el hombre que me tenía acorralado.

Corro hacía los vestidores, pero termino cayendo cuando alguien me empuja tumbando un casillero. Me recupero a los pocos segundos clavando mi mano en su casco y evito que pueda moverse, pero el sujeto mide más de dos metros y abro mucho los ojos cuando se pone de pie conmigo aferrado al chaleco.

Estiro uno de los brazos tratando de alcanzar mi arma, pero no lo logro, por lo que no puedo evitar que me golpee contra el suelo con todas sus fuerzas. Gruño preso del dolor que me recorren las costillas volviendo a estirar el brazo y esta vez sí tomo la pistola clavándola debajo de su cabeza soltando el disparo que lo deja inmóvil.

OSCURA TENTACIÓN 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora