El frío de la mañana cubrió los cuerpos de ambos al salir del edificio. El cielo amenazaba lluvia y ninguno de los dos llevaba paraguas -mala costumbre siendo londinenses- así que decidieron ir a otro lugar cerrado.
Sherlock no dijo nada más respecto a su conversación con Molly, pues no le parecía para nada importante, y John no mostró interés en saber más. Ahora ya tenían un peso menos encima, ya eran totalmente libres. A pesar de ello, John le daba demasiadas vueltas a la cabeza, y tenía miedo de Mycroft y Lestrade, sobretodo del mayor de los Holmes, por su posible reacción.
-¿Qué te parece si vamos al teatro? La última vez que fui fue para Cats, y la verdad que me pareció ridículo...-Inquirió Sherlock con desgana.
-¿Y para qué diablos quieres ir entonces? Nunca te han gustado los disfraces.-Contestó John alzando la mirada a la vez que una ceja.
-Me he enterado de que hay una obra de detectives, sería divertido, ya sabes...
-De eso nada, no pienso dejar que montes un numerito de sabelotodo en mitad de una representación. Esa vergüenza pásala tú sólo, Sherlock.-Interrumpió John, alterado y con el índice en alto.
-¡Eh, cálmate! Me comportaré, no tengo quince años. Va, ¿qué dices?
John sonrió irónicamente, pues eso de la edad era discutible psicológicamente hablando si descartamos su inteligencia sobrenatural.
-Vale, pero invitas tú -dijo agarrándole el brazo de sopetón.
-Si así vienes, no pondré pegas.
Llegaron cogidos de la mano, con un cierto gesto de rigidez en Sherlock, hasta Picadilly. Se les hizo raro no coger un taxi, pero a decir verdad agradecieron pasear bajo el cielo encapotado. Las luces de los letreros aún no estaban encendidas, pero las persianas de los teatros ya habían abierto hacía horas.
John miró su reloj de pulsera y le indicó la hora al detective: eran las doce.
-Hay hora a la una y media, a las cinco de la tarde y a las diez de la noche- leyó Sherlock en la publicidad que le tendió una chica junto a la puerta de entrada.
-A las diez estaría bien, por la noche estaremos más relajados -le sugirió John con un tono pícaro en su voz. La chica que les observaba sonrió para sí al leer entre líneas.
-Dios, lo siento, John, pero no pienso esperar tanto, yo creo que quedarán asientos para la una y media.
John quedó boquiabierto ante la pataleta de impaciencia del moreno y frunció el morro, dejándole ver que no le parecía bien.
-Dos para esa- dijo Sherlock sin pedir opinión, señalándole el cartel al chico de las entradas. Ni tan solo sabía el nombre de la obra, pero quería ver algo con John, a modo de cita.
John escuchó cómo el chico reconocía al gran Sherlock Holmes y prefirió quedarse al margen, enfadado, hasta que acabasen de hablar. Cuando esto sucedió ya sólo quedaba una hora para que la obra empezase y media para que se pudiera entrar a la sala. ¡Mira que era cabezota!
Sherlock agarró la muñeca de John en cuanto se alejó de la taquilla y avanzó hacia la puerta barrada con dos pivotes de los que colgaba un cordón rojo.
-¡Aún no se puede entrar, Sherlock! Cuando quieres eres tan...-John soltó un gruñido de rabia y tiró de la mano del moreno.
-¡De algo tiene que servirme ser Sherlock Holmes! Baja la voz, anda, y ven.
El detective señaló discretamente una puerta lateral con un cartel que indicaba claramente la entrada del personal del recinto y sacó una cajetilla de tabaco de su bolsillo.