-¡Estoy harto de tus jueguecitos, Sherlock!
-¿Puedes hacer el favor de salir de aquí, John?- gritó el moreno.
El parqué estaba cubierto de mermelada de frambuesa que estaba siendo aplicada por éste último con una espátula alrededor de un muñeco de prácticas de enfermería. John contemplaba la escena desde el marco de la puerta con un pie manchado por la pringosa sustancia.
Sherlock apartó a un lado los muchos tarros de mermelada usados y se dispuso a colgar varias cuerdas por las ventanas.
-¿No me has oído?- gritaba John, sin conseguir llamar su atención lo más mínimo.
-Ésto no está bien, Jim. ¿Cómo diablos lo has hecho? La cuerda no llega a la acera desde el cuerpo. ¡Joder!- refunfuñaba el otro en voz alta. -John, ¿No me has oído? ¡Estoy trabajando, por el amor de Dios!
Watson tensó cada uno de sus músculos y la cara se le puso roja, así como las manos, deseando dar un par de puñetazos a su cretino compañero. Sin embargo, algo le distrajo de este deseo: unos pasos cortos subiendo por las escaleras.
-¡Qué son esos gritos, John!- la señora Hudson le puso la mano en el hombro.
-Sherlock intenta resolver otro caso montando un teatro en nuestro piso, malgastando comida...¡Y mi paciencia!- contestó John intentando exagerar el tono de voz, aunque sin reacción del detective, que ahora hacía calculos en cuclillas.
-¡Lo tengo!
Sherlock se levantó de un espasmo y, cogiendo su abrigo del sillón, avanzó hasta John y la señora Hudson a grandes zancadas, chapoteando en la mermelada. La señora Hudson se cruzó de brazos y le barró el paso junto a Watson.
-¿Dónde vas, Sherlock? Espero que me pagues un extra por limpiar esta cochinada- dijo ella intentando evitar una respuesta brusca.
-No se preocupe, déjelo como está, volveré esta noche- contestó él.- Y, John, ¿qué haces ahí quieto? Tienes la misma cara que Mycroft cuando le hablo de mi fin de semana.
Acto seguido, el moreno avanzó de un emujón escaleras abajo.
-¡Le odio!- gritó Watson, intentando calmarse antes de seguir al detective.