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—¡Mierda, Ana se va!—. Grité alterada y fui corriendo a buscar una camiseta.

Literalmente abrí mi armario, cogí lo primero que tenía a la vista y me lo puse como si la casa estuviera ardiendo y tuviera que salir lo más rápido posible. El corazón me latía rápido y mi respiración estaba más acelerada de lo normal. Esta era mi última oportunidad para pedirle disculpas.

—¿A dónde vas?—. Preguntó Clara extrañada, pues ella no sabía que Ana vivía a pocas casa de la mía.

—A despedirme, tengo que despedirme de ella—. Me puse los zapatos que tenía más cerca.

—Ah, pues ve—. Dijo incorporándose y levantándose de la cama.

—Ni se te ocurra moverte de aquí, no tardaré—. Le di un corto beso y me sentí mal al separarme de ella, quería besarla durante el resto de mi vida.

Bajé las escaleras corriendo, de la misma manera que corrí por la calle hasta ver su casa, con el camión de mudanzas en la puerta. Buscaba una melena rubia a mi alrededor y después de dar varias vueltas sobre mí misma di con ella. Sin dudarlo me acerqué.

—Ana—. Dije detrás suya y al darse la vuelta me asusté, ya que se trataba de su madre.

—Oh, Sarah—. Se sorprendió y buscó algo a su alrededor.

—Disculpe Señora Smith, la he confundido con Ana—. Reí nerviosa.
—¿Sabe dónde está?—.

—No se...—. Miró de nuevo a su alrededor. —Ahí está—. Sonrió satisfecha y yo miré en la misma dirección que ella, en efecto, Ana se encontraba al otro lado del camión de mudanzas.

—Gracias. Y una última cosa, por favor revise si Ana cumple todas sus comidas, es importante—. Esta última cosa la dejó un tanto extrañada, pero a mí me dio igual y fuí hacia Ana.

—Ana—. Repetí de nuevo y la persona que se giró esta vez si que fue ella, al verme frunció el ceño.

—Sarah, ¿qué haces aquí?

Ideé mentalmente un discurso que no sonara muy cruel y finalmente dije lo que buenamente pude crear en esos segundos.

—Vengo a darte las gracias y a pedirte disculpas. Gracias por absolutamente todo, por acompañarme durante esos meses en los que creía que iba a estar sola y por quererme aunque no fuera amistosamente. Y perdóname por no haber visto ese sentimiento en ti, por haberte dejado tirada ese día y haber salido detrás de ella, pero es que...—. Ana me interrumpió.

—No hace falta que sigas, se lo mucho que la quieres. Perdóname a mí por no haberme dado cuenta de que la querías a ella y así no me hubiese enamorado tanto de ti—. Dibujó en su rostro una sonrisa amarga.

Sin pensarlo más la abracé y noté cómo su cuerpo se tensó. Yo su por qué era, pues exactamente lo mismo me pasaba con Clara. Pero no le di importancia, solo necesitaba abrazarla por última vez.

—Muchas gracias, Ana—. Susurré y segundos después me separé. Sin obtener ninguna respuesta de su parte, me fui.

Durante el corto camino a mi casa, todo lo que había vivido con ella no paraba de reproducirse una y otra vez en mi mente. Hasta que no pude más y las lágrimas empezaron a salir solas, sentía un gran vacío en el pecho, dolía mucho.

Al llegar a casa vi a Clara en el salón y su mirada chochando con la mía fue lo único que me pudo hacer sonreír por un instante, ya que me derrumbé por completo y me ella en respuesta me abrazó. Me dio ese tipo de abrazo que ella sabía darme en mis peores situaciones. Pues me transmitía una sensación cálida y reconfortante, sensaciones que pude apreciar desde nuestro primer abrazo, en esa discoteca.

—Sarah, llevas media hora llorando, ella se ha ido y por mucho que llores no vas a conseguir que vuelva o que nada hubiese pasado—. Me dijo todavía estando abrazadas.

—Se te da muy mal consolar a alguien, ¿lo sabías?—. Empecé a reír y me sequé las lágrimas, pues a sus palabras no le faltaban ni una pizca de razón.

—Tan mal no se me da—. Dijo haciéndose la ofendida. —Oye, yo me tengo que ir
ya—. Se separó un poco de mí y yo asentí.

Caminamos hasta la puerta y nos quedamos cara a cara.

—¿Te puedo dar un beso?—. Le pregunté mientras que sentía como cientos de mariposas revoloteaban por todo mi cuerpo y mi cara se convertía en un tomate.

—¿En serio me lo estás preguntando?—. Sonrió, de esa manera en la que me deja embobada y me besó.

Me es imposible describir con palabras lo que sus besos me hacían sentir. Era como escapar de la realidad e ir a un paraíso en el que solo estábamos ella y yo, la una para la otra.

—Que no me enteré yo mañana que has seguido llorando por ella, ¿entendido, pelirroja?—. Me señaló elevando sus cejas y yo asentí pensando que cuando ella se fuera todo seguiría igual.

Finalmente se fue y el silencio de la casa volvió a manifestarse, acompañado de ese vacío que inundaba cada rincón de ese lugar y además, mi pecho. Volvió a doler, ahí fue cuando confirmé por completo que Clara era la única persona que podía hacerme sentir bien cuando realmente todo estaba mal.

Pasé toda la noche en vela, pensando en todo. En cómo esa profesora a la que tanto odiaba se había convertido en la persona más importante para mí. Y también pensé en Ana, en lo debería de estar sufriendo por mi culpa. Pero Clara era la protagonista de mis pensamientos, ella era como esa luz dentro de la oscuridad que te muestra que puede haber algo bueno dentro de lo malo, y mi vida era esa oscuridad dentro de la luz que te muestra que lo que parece perfecto y luminoso tiene una oscuridad dentro que hace que siempre se fastidien las cosas de alguna manera.

No sabía como en tan solo meses pude enamorarme de ella, a lo mejor es bastante poco. Pero lo que si tenía claro es que el amor era un sentimiento, y los sentimientos no tenían nada que ver con los relojes y calendarios.

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⏰ Última actualización: Jun 12, 2023 ⏰

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I Hate You, I Love YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora