Capítulo 3.
Marco.
Los quejidos de la señorita Mason me hicieron dejar el crucigrama que estaba en ese periódico viejo con solo tres palabras que pude descifrar, me levanté del sillón para ir hacia ella con cautela para no espantarla. Aun dormida tenía el ceño fruncido, sus labios un tanto hinchados y partidos, sus labios eran bonitos, ella era bonita y una sobreviviente más gracias a esa llamada que recibí hace cuatro meses, a esa llamada que la puso en mis manos para traerla de vuelta.
Sus parpados temblaban con el esfuerzo de querer levantarse para que sus ojos vieran la luz de día.
Cuando logró hacerlo, miró a su alrededor para tratar de ubicarse, mis manos se tocaban al estar detrás de mi espalda, esperando, cuidándola, velando por ella.
El peso de su cuerpo había inundado mis brazos de nuevo cuando se desvaneció hace tres noches en la estación. El médico que la atendió encontró signos de deshidratación, estrés y cansancio extremo, esa mujer sobrevivió gracias a un milagro, mejor dicho, gracias al instinto de supervivencia con el que vivió durante esas semanas. El shock de adrenalina cuando vio a su abuela fue la culminación en ese coctel mortífero de emociones.
—Bienvenida de vuelta —dije y sus ojos me encontraron a los pies de su camilla, tomé mi radio y hablé hacia la línea de Sam—, ya despertó, da aviso.
—¿Dónde estoy?
—En el hospital —respondí.
Tragó saliva y la mueca de dolor me hizo acercarme a la mesita para tomar la botella de agua y destaparla. Llevaba tres días dormida, su garganta estaría tan seca como el mismo desierto.
Con sumo cuidado se acomodó, giró su cabeza al ser consiente de mi cercanía y me miró con temor.
—Está a salvo conmigo —hablé al dejar la tapa en la mesa—, beba.
Con su mano canalizada tomó la botella y cubrió la boquilla con sus labios secos. Bebió casi en desespero.
Me alejé para no incomodarla y caminé dándole la espalda para volver al sillón.
—¿Cuánto tiempo? —inquirió sin más.
Supe a dónde quería llegar con ese tono marchito.
—Cuatro meses, dos días y seis horas.
El silencio me hizo mirarla cuando me senté, sus ojos perdidos en la nada me llenaron de recuerdos amargos, sus lágrimas cayendo por las mejillas pálidas también anunciaron mi victoria en ese caso.
Ambos estaban vivos.
—¿Él?
—Está muerto.
Sus ojos corrieron a los míos con la respuesta y asintió con ese semblante horrorizado.
—¿Dónde está mi hermano? —quiso ponerse de pie cuando lo mencionó.
—Señorita Mason, necesito que por favor no trate de levantarse. Él está bien.
—¿Dónde está mi hermano? —repitió con inquietud y frialdad, arrastró cada palabra como si él fuera el aire que ella respiraba.
—En el piso de oncología pediátrica. Su abuela está con él.
—Quiero irme.
—Me temo que eso no es posible. Necesita descansar y quedarse aquí por un tiempo mientras se recupera.
—¿Por qué tengo que obedecerlo? —inquirió.
La puerta se abrió dejando entrar dos cuerpos antes de poder responderle. Sam y Grace, la pobre señora que no paraba de llorar mientras buscábamos a sus nietos. La pobre mujer a la que no le había importado el precio de mis honorarios.

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Libres.
RomanceTW: -Abuso psicológico. -Secuestro. -Violencia verbal. -Bisexualidad. -Violencia domestica.