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Capítulo 10.

Nicholas.

—No deberías de dudar del cariño que tengo por ti —dije cuando sus brazos rodearon mi cuerpo—, encontraré una forma de arreglar todo esto.

Di un pequeño beso en su cabeza.

—Sabes lo importante que eres para mí —terminé la frase y acuné su cara con ambas manos—, te prometo que todo va a salir bien, he vuelto al pueblo, y ahora voy a cuidarte.

Sorbió su nariz y dio golpecitos en mi brazo.

—Palabrerías —habló con su mismo tono despreocupado que solía escuchar a diario—, ahora, termina de comerte ese pastel. Quiero irme a la cama.

Mi pierna sintió la vibración del celular, el tono predeterminado cuando estaba en una misión me tensó el cuerpo.

Algo salió mal. Charlotte. 

—Payton —contesté alejándome un poco de su pequeño cuerpo.

—Hospital central, te veremos allá —el tono preocupado de Marco me heló la sangre, abroché mi saco y regresé a la coraza de frialdad y profesionalismo.

—Tengo que irme —le dije a la mujer que sirvió más café en ambas tazas que usamos desde que llegué—, prometo que vendré a visitarte.

—Ese tono con el que hablas jamás me gustó, no eres mi Payton cuando esos trajeados te piden ayuda.

—Siempre voy a ser tu Payton y ahora es la policía la que pide mi ayuda, no tienes nada de qué preocuparte —contesté y me acerqué a ella para darle un último beso en la mejilla hasta que volviéramos a vernos—, mantenme al tanto, si vuelven a ir a tu tienda, adviérteles que no son bienvenidos. 

—Me matarían si los confronto. 

Mi corazón casi se salió del pecho con esa frase, no podía perderla, no a ella. Mis manos sudaron y mis piernas casi dejaron de funcionar tan solo de pensar en que algo podía sucederle a la única persona que quedaba en mí vida, tenía que irme, quise quedarme para que me diera los nombres e ir a buscarlos.

El pinchazo de dolor me hizo prometerle en silencio que ni en mil años dejaría que algo le pasara.

—Sólo, llámame.

Salí de su casa y corrí hacia la camioneta. Repasé en mi mente todo lo que viví con ella y mi madre camino al hospital. Lo feliz que fui antes de caer en manos equivocadas por dinero, dinero que ayudó a mi madre a salir de sus deudas, pero no de esa puta enfermedad que me arrebató la mirada de orgullo que me incitó por años a salir adelante. La ayudé haciendo el mal. Sus preocupaciones se esfumaron mientras yo ensuciaba mis manos con sangre y mi mente con esa carga emocional al arrancarle la vida a quienes me ordenaban. Inocentes y culpables. Un puto verdugo.

Cuando Simone se enteró, su mirada no cambió. Su manera de ser tampoco, fui un puto asesino. Se me catalogó como un pecador antes los ojos de los demás. Pero ante sus ojos, ante sus hermosos y rebosantes luceros llenos de amor, fui el mejor hijo del mundo. Cambié mis andares por ella, cambié de bando al unirme a la academia. Traté de vivir la vida que ella quiso para mí hasta que el aire dejó de correr por su cuerpo. Y, aun así, nunca merecería nada bueno por lo que hice. No tendría un final feliz por toda la sangre que todavía ensuciaba mis manos. Nunca podría ser pleno ni estar tranquilo, no merecía nada.  

Subí hasta el piso que Marco indicó por mensaje y ahí estaba ella, sentada en ese sillón individual, con ambas manos sobre su rostro. La señora Grace emanaba un semblante cansado y lleno de zozobra mientras revisaba su celular. Algo no estaba bien.

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