9.

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Capítulo 9.

Charlotte.

—¿Y bien? —inquirí en dirección hacia el agente Marco cuando salimos de la cafetería —, ¿le gusta?

El agente idiota moja-bragas se quedó en la camioneta para vigilar y para hablar por teléfono con su "cita caliente". No me quitó la mirada durante todo el camino por el espejo del copiloto hasta que estacionamos en la cafetería gracias al mapa que activé antes de salir de la casa. Tampoco dejó de hablar sobre llegar hasta tercera base con aquella mujer que lo besó. Maldito descarado.

¿Por qué me afectó verlo besar a alguien cuando solamente me había hecho sentir bonita con sus palabras?

¿Por qué se comportó como un gorila territorial en el supermercado y con los hombres que se acercaron a mi para bailar en la fogata?

¿Por qué, por qué, por qué?

Todas las preguntas parecieron no tener una respuesta, ni ayer, ni hoy, así que puse punto final por el momento para centrarme en el hombre que hizo muecas raras con todas las bebidas que le di a probar.

Traté de no parecer nerviosa ante el recuerdo tibio de su aliento cerca del mío, tal vez lo olvidó, tal vez lo dejó pasar al verme tan ebria, esperé con todas mis fuerzas para que fuera así, y si no, rogaría más para que no sacara el tema a la luz después de haberme tentado hace dos noches en mi estado de ebriedad.

—Es una bomba de azúcar —cerró y abrió los labios con una mueca de desagrado tratando de alejar el sabor, después bebió de la botella con agua que compró cuando me entregó el vasito aliente—, definitivamente no es mi favorito. Vamos, tenemos que ir a casa. Podrá seguir torturando mi paladar cuando estemos a salvo.

—¿A salvo? —por instinto, miré por todos lados con cierta paranoia tras sus palabras que calaron con frio picante por todos mis huesos—, ¿hay, hay algo mal, agente? —mis pies se movieron hacia él.

Su mano se posó en mi espalda antes de que bajáramos las escaleras.

—Si yo estoy presente, usted está a salvo, ¿de acuerdo? —acarició mi espalda de arriba hacia abajo—. Fue solo un decir, señorita Mason.

—De acuerdo —dije calmada, saqué una bocanada de aire tras los nervios que de inmediato me invadieron—, de acuerdo, agente.

—Muy inteligente —reafirmó—, ahora, a la camioneta —dos pequeñas palmadas en la espalda me hicieron avanzar.

Las piedritas del suelo tronaron con nuestros pasos cuando nos acercamos de nuevo al vehículo. El agente Marco cargó las seis bolsas de ingredientes y diferentes polvos que me ayudarían a elegir que bebidas serían parte del nuevo menú desde que pagué allá adentro. Necesitaba trabajar un poco rápido en eso antes de ver a Willow por primera vez desde que nos separaron. Mi abuela no se había comunicado y seguíamos sin saber el paradero de mi padrastro.

Esperaba que esos seis meses avanzaran rápido para poder volver a mi vida normal, para no perder tiempo, ese tiempo que posiblemente estaba contado en la vida de mi hermanito. Una pequeña punzada se sintió en mi pecho cuando ese pensamiento me atacó con sus oleadas fuertes.

Los doctores dijeron que le quedaban cuatro años de vida si el tratamiento no funcionaba. Eso fue hace un año. Esperaba que su cuerpo reaccionara, que aceptara un poco el dolor de las quimioterapias para que sanara. Esperar. Eso era todo lo que podía hacer, esperar, esperar, esperar.

—¿Charlotte? —escuché una voz varonil que me sacó de mis catacumbas mentales.

Miré hacia la derecha siguiendo el sonido hasta que mis ojos encontraron a Patrick caminando hacia mí, llevaba dos bolsitas en la mano y un café en la otra.

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