7.

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Capítulo 7.

Nicholas.

Recuerdos vagos invadieron mi mente cuando nos acercamos al mercado que se había situado en medio de la plaza "El Tulipán". Ese lugar donde Simone solía llevarme mientras ella hacía lo que más amaba en la vida. Moldear arcilla junto a Anna, su mejor amiga. Esa señora que seguía enviándome postales presumiendo su racha de ventas buenas a mediados de año gracias a turismo.

Puestos coloridos alegraron mi vista en esa tarde veraniega, algunos titiriteros entretenían a los niños y el olor a incienso y a viejo alteraron mi olfato junto a la comida rápida que vendían, me adentré junto a la señorita Mason entre toda la aglomeración con cierto titubeo.

Antes de que pudiera dar otro paso emocionado hacia los puestos, mi cuerpo fue esa fortaleza con la que chocó cuando prendí la línea.

—Hay demasiada gente —dije y noté mientras recibía respuesta, cómo sus hebras ondulantes se movieron por el beso del viento—, los quiero atentos. Dos a la orilla uno atrás de nosotros. Nos iremos en una hora.

—Creo que la finalidad de un mercado es tener mucha gente, agente Payton —la señorita Mason sacudió algo de mi corbata cuando dejó salir esas palabras en tono burlón.

—Muy graciosa —sonreí—, sólo hago mi trabajo.

—Diviértase conmigo —dijo con suspicacia, negué con la cabeza mirando hacia los puestos y a la gente—. Vamos, será sólo esta tarde.

Casi ronroneó con sus suplicas de niña pequeña, erizó mi piel, hizo flaquear mis piernas y ese rico recorrido electrizante por toda mi espalda casi me hizo ceder.

—No —declaré al volver mi mirada hacia esa enana—, no puedo distraerme. Usted vea y compre, yo la veo a usted y la cuido.

—No sea aburrido —ladeó la cabeza haciendo un berrinche—, usted me prometió que veríamos el pueblo juntos —tomó mi mano y la jaló en petición insistente— ¿por favor?

¿Qué tenía, diez años?

Su toque tibio y esos gestos ansiosos por un me hicieron tragar saliva y poner los ojos en blanco.

—Señorita Mason, tengo la autoridad para decir que no, estoy trabaj...

—Pero dirá que sí.

Sonreí con su interrupción y tomé aire, resignado y sin una gota de esa autoridad que dije tener, no paso demasiado cuando mis pasos fueron detrás de los suyos.

Había cuadros y libros de antaño, ropa de segunda mano y cuarzos, tarotistas y trucos de magia baratos, todo eso la mantuvo embobada por completo por minutos y minutos, mis agentes reportaron que todo estaba en orden, Marco no tardaría en llamar.

En menos de una hora, mis manos sostenían más de cinco bolsitas con todo tipo de velas, inciensos y piedras que según ella atraían la buena suerte y el dinero. Había consumido demasiados dulces por las degustaciones gratis que daban en los puestos, había comprado postres y bebidas como si no hubiera un mañana y mi estómago comenzó a llenarse por haberme comido lo que ella ya no quería.

Sonrió cuando esos farsantes le leían su suerte con cartas o con la forma de las líneas de sus manos. Bailó con las gitanas que tocaron sus instrumentos raros junto con otras personas al estar rodeados por espectadores.

Estaba divirtiéndose, siendo ella misma, disfrutándose. Y yo, yo cargaba sus compras y la seguía de aquí por allá. Complacido con su felicidad después de todo lo que tuvo que vivir durante meses.

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