15.

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Capítulo 14.

Charlotte.

Un brazo sobre mi cintura se apretó cuando quise levantarme del sillón, el dolor de espalda era parte de mí cuando dormía mal y cuando dibujaba por horas y horas hasta que el resultado era lo suficientemente satisfactorio para mi ego.

Una queja resonó en su garganta cuando por segunda vez quise quitar su brazo pesado.

—Agente Marco —dije cuando traté de alejarme—, tengo hambre y hace mucho calor.

—No —su cara se enterró en mi cuello cuando me jaló hacia él, el aliento caliente hizo reaccionar a mi cuerpo con una corriente eléctrica que erizó los vellos de mis brazos—, quédese.

—¿Acurrucarse con su cliente es parte de su trabajo? —reí ante su apretujado agarre—, creí que ambos eran profesionales.

—Estaba llorando —dijo con voz ronca haciendo que mis piernas se sintieran débiles—, mi trabajo es cuidarla, ahora, cierre la boca y déjeme dormir cinco minutos más.

Por alguna razón, mi cuerpo cedió a su petición.

Miré el otro lado de la sala, decorada con elegancia y con muebles, para mi gusto, excesivamente caros, divagué con la mirada desorbitada por varios minutos, recordando lo cariñoso y comprensivo que fue anoche, sus ojos cansados hicieron doler mi pecho, necesitaba dormir y no lo hizo por quedarse velando mi llanto hasta las once de la noche. Sus caricias respetuosas en mi espalda reconfortaron mi alma hasta que perdí la noción del tiempo al quedarme dormida sobre su pecho bañado en ese perfume intoxicante y varonil.

La respiración relajada del agente me hizo saberlo descansando, le debía esos cinco minutos, diez tal vez, una hora no estaría mal. Con sumo cuidado, giré mi cuerpo para poder ver cómo dormía. Su brazo me rodeó para evitar que cayera del sillón.

Admiré sus pestañas, la forma de sus cejas pobladas, su cabello despeinado y la forma en la que fruncia el ceño incluso al estar dormido. Perfecto. Bajé la mirada hasta su boca, la cual recordé sobre la mía. Me perdí entre sus senderos suaves y las curvas que quería que recorrieran hasta el último centímetro de mi cuerpo.

Mi mano curiosa llegó hasta sus labios, quise acariciarlos, quise poner mi boca sobre ellos. Pero su voz me sacó de esa burbuja de lujuria que comenzó a gobernarme haciéndome alejarla.

—¿Le gusta lo que ve? —abrió los ojos, hinchados y hermosos.

Afirmé cuando asentí, acaricié con delicadeza su mejilla rasposa por la barba que comenzó a salirle.

—Gracias por lo que hizo anoche.

Sonrió y, por imposible que pareciera, me apretó más junto a su cuerpo. Se acercó para besar mi frente, quedándose por varios segundos pegado a mi piel.

—Es lo mínimo que pude hacer, señorita Mason.

Mi estómago gruñó y el calor comenzó a apoderarse de mí gracias a su enorme figura y a la cobija que nos cubría torpemente.

—Prepararé café y panes con mantequilla —dije y me puse de pie, pero su mano me detuvo, tirándome de nuevo al sillón.

Mi risa lo hizo imitarme.

—Pida algo a domicilio —su cuerpo se posó sobre mí—, tome mi celular y llame, que lo carguen a mi tarjeta —la vibración de su voz sobre mí cuello me hizo apretar los dedos de los pies, al parecer ese lugar le gustó mucho desde la noche en la cocina.

Hombres.

—¿Planea tenerme aquí todo el día?

—Suena fascinante —comenzó a besar mi piel. Su mano buscó mi cintura—, ¿quiere quedarse aquí todo el día? —mordió sensual y despacio haciéndome jadear—, ¿eso fue un sí?

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