Capítulo 11:

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«No la seduzcas. Enamórala»

—Mejor que bien, princesa. ¿Y tú? —escuché que le respondía a la primera pregunta que mi hermanita al parecer le había hecho. Y es que, pese a la pizca de celos momentáneos que tuve, supe que de nada me servía creer que no era mi hermana, cuando claramente había visto el nerviosismo en el rostro de Darien, al esquivar mi mirada. Así que, picando de su plato, comiendo uno que otro bocado, continuó sin dejar de atender el teléfono. Una que otra vez reía, una que otra vez se mostró serio, una que otra vez hacía preguntas, pero ninguno dijo algo sobre mí. Solo fue una conversación de ellos. Como las que tenían confianzudamente en persona antes. Y esta llamada duró al menos unos diez minutos. Y cuando apenas colgó, yo de inmediato murmuré:

—¿Y bien? —dejó el celular sobre la mesa, y bebió un trago de su vaso de agua, antes de mirarme. —Esa era Rini, ¿Cierto? —le entrecerré los ojos, pero no lo negó.

—Déjame explicarte.

—Eso estoy esperando —murmuré con aparente calma, a lo que él suspiró.

—Verás... Cuando pasó todo esto entre nosotros, me di cuenta de que, a todos les había pedido disculpas por mis errores, pero con mi princesa no lo había hecho. Así que hace poco la busqué y me disculpé sinceramente con ella —resoplé y me crucé de brazos.

—Seguramente fue así como me encontraste, ¿No? —lo vi tragar saliva, pero rápidamente negó.

—Te juro que no fue así. Ella no me dijo nada.

—¿Y por qué tiene tu número entonces?

—Lo tiene porque yo se lo di simplemente porque sí. Porque cuando fui a verla se expresó triste cuando le dije que debía volver a Las Vegas. Así que, queriendo disminuir su tristeza, le di mi número y le dije que me llamara cuando quisiera. Mucho más si me necesitaba. Pero te juro que no me dijo nada de ti.

—Me es tan difícil creerte —murmuré sintiendo como mi voz comenzaba a quebrarse.

—Lo sé, preciosa. Sé que yo mismo he provocado tu desconfianza. Pero te juro por mi madre... —hizo una pausa repentina luego de que la mencionara, antes de soltar un suspiro. —Te juro que no te miento. Mi cariño por ella es igual de sincero que el que te tengo a ti.

—Pero a ella también la usaste igual que a mí —le recordé. Y vi la expresión de odio hacia si mismo que pasó momentáneamente por sus ojos.

—Pero se ganó mi corazón igual como tú lo hiciste —sus bonitas palabras me dejaron callada, sin saber qué más decir. Por lo que decidí que, por el momento dejaría el tema por la paz. Ya después hablaría con mi hermana y le preguntaría si Darien decía la verdad o no. Terminamos de cenar, y de un momento a otro me excusé para ir al baño. Pero para cuando volví, me sorprendí al ver a Darien dormido, con los brazos cruzados sobre su pecho y recargado contra el respaldo de ese viejo sofá. Se miraba tan apuesto y lindo así. Pero me imaginé que no estaba dormido, pues tampoco me había tardado tanto en el baño como para que él se durmiera tan pronto. Así que me acerqué y comencé a hablarle de modo suave y bajito, para no despertarlo tan abruptamente, pero no logré resultados. Y justo estaba por tocar su brazo para zarandearlo un poco, cuando un pequeño ronquido brotó de sus labios. Y tras recordar aquellas veces que lo vi dormir así de plácido y lleno de cansancio, fue cuando simplemente supe que no estaba fingiendo. Estaba realmente dormido y muy cansado por lo que veía. Y me dio tanta ternura, a la vez que sentí tanta pena por él, que mi corazón pudo más que la razón, y en silencio, simplemente levanté los platos, los cubiertos, y las vasijas de comida de la mesa, para luego ponerlas en la encimera. Y sabiendo que, no tenía corazón para despertarlo, fui a mi recámara y tomé una manta, antes de volver y colocársela encima. Después solo duré unos cuantos minutos observándolo en silencio, sentada desde una esquina de la mesita, antes de apagar la luz, encendiendo una lámpara en su lugar, para luego dejarlo ahí, e irme a mi habitación. Esta vez sin tomar mi antojo nocturno, pues no quería despertarlo con el ruido que pudiese hacer de más. Cerrando mi cuarto con llave, por si acaso se le ocurría despertarse, e ir de incógnito a medianoche. Y ya más tranquila, sabiendo que no podría pasar, comencé a desvestirme. Pero mientras lo hacía, esa intranquilidad e inseguridad que he sentido últimamente me embargó. Tal vez me estaba volviendo paranoica, pero no lograba quitarme esa sensación de sentirme observada. Así que me vestí de nuevo y de forma rápida con un pijama de dos piezas, antes de meterme bajo las sábanas. Y una vez con la cabeza recargada contra las almohadas, comencé a acariciar mi vientre como lo he estado haciendo antes de dormir. Dando caricias circulares como si estuviera arrullando a mi pequeño ser de luz, antes de que el cansancio hiciera mella en mí.

ATRAPADA POR EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora